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Lazos Rotos

Infantería ciudadana y minorías.

Hablaba el otro día del papel que juegan en política varios elementos sociales que, en principio, no tendrían que estar tan involucrados en el toma y daca cotidiano a no ser porque los grandes grupos con tareas de gobierno u oposición en absoluto cumplen con lealtad con las funciones que la democracia les ha encomendado. Los que están en el poder constantemente hacen un mal uso de él, por lo abusivo, nepótico y prevaricador; y los que deberían ejercer la oposición responsable andan por los cerros de Úbeda (provincia de Babia), o más lejos aún, en sus quimeras de política de salón sin ver que tienen la casa sin barrer, lo que les convierte en cómplices de los primeros.

Los movimientos sociales, ciudadanos y vecinales, por un lado; los pequeños partidos, a menudo sin representación en las instituciones, por otro; y la prensa realmente libre (lo cual no es sinónimo automático de objetiva o no comprometida), por último. Estos tres elementos tratan de taponar esa pérdida de voz crítica que supone la renuncia más o menos explícita a ejercer una tarea de oposición verdaderamente musculada. En ocasiones lo consiguen, en otras no tanto, pero que a nadie le quepa duda de que sin su constante actividad serían muchas más las veces en que nos la mete doblada el pensamiento único de quienes, desde el poder atrabiliario, vienen practicando políticas perversas de hechos consumados.

El papel que juegan los movimientos de corte ciudadano es vital para el robustecimiento de la salud y la madurez social. No se articulan en torno a una ideología, sino alrededor de necesidades concretas sobre las que ejercen un papel de foco de luz potente para que todo el mundo las conozca, distinga y pueda pensar y pronunciarse. Surgen, y esto es fundamental, de manera espontánea, casi sin proponérselo ninguno de sus componentes, y a menudo sin que haya más cabezas visibles que las de sus portavoces naturales, quienes a su vez van surgiendo fruto de la dialéctica de los acontecimientos. De corte profundamente horizontal y asambleario, estos movimientos hunden sus raíces en la sabiduría que proporciona la gramática parda y el sentido común.

A las derechas de siempre les han asustado este tipo de movimientos, que tratan de denigrar aseverando que están manipulados por otros partidos, como si no se diesen cuenta de que tantos miles de personas concentrándose alrededor de una misma idea no surgen por arte de birlibirloque al reclamo político, sino que son espoleados por la necesidad social. Se les podrá llamar “los del no”, “los pancarteros”, “progres trasnochados” o “asamblearios contumaces” (entre otras muchas lindeces), pero ahí están para ponerle coto a Granadilla, al istmo, para que se tire hacia delante con El Pino, que es nuestro, por una salud mental protegida o, en fin, por lo que cada nuevo día nos deje en anhelos malparados, amenazas contra lo público y promesas incumplidas.

A los partidos minoritarios se les suele negar el pan y la sal precisamente por serlo. Es como si esta democracia asumiese que es preciso un pedazo contante y sonante de representación en las instituciones para que se te homologue tu capacidad para pensar y discernir. Pero el aroma a fuerte desencanto que brota cada vez con más intensidad de los partidos, digamos, clásicos hace que exista un torrente caudaloso de personas que pretenden seguir participando de la vida política, lo cual es su derecho, salvo que desde plataformas alternativas mucho más coincidentes con su modo de pensar, sentir y obrar. Por lo general, su perfil es mucho más verde (es decir, a caballo entre la política y el ecologismo) y social (con la lente de aumento fija en el ser humano antes que en los mercados).

Soportados como si se tratase de algo pintoresco, los grandes partidos, como mucho, se muestran condescendientes con ellos y los medios de comunicación apenas les hacen caso. Pero a la hora de la verdad tienen una enorme virtud, como es la de estar jugando dentro del sistema, aunque sea sin igualdad de oportunidades, pero sin hipotecas ideológicas (o de cualquier otro tipo aún más peligroso). Esto los lleva a que su discurso sea muchísimo, infinitamente más limpio y claro, más sincero. Por lo general, llegados a este punto se les vuelve a descalificar alegando que son unos ilusos por pretender cosas tales como que los grandes partidos en el poder pongan en marcha los programas con que se presentaron a las elecciones o, aún más fácil, que se cumpla a carta cabal con la legislación vigente. Unos ilusos, en efecto.

Fuente: Carlos G. Roy :: Canarias Ahora

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