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Lazos Rotos

Cuando las clases sociales quedan en evidencia. Crónica de un viaje en avión.

Aunque suelo viajar en avión con alguna frecuencia, han sido pocas las ocasiones en que he volado en primera clase, cuando las hubo fue por falta de plazas en clase turista. Recientemente fue una de esas ocasiones de vuelta a España desde Caracas. Aunque es evidente que el mundo se divide en clases sociales que algunos insisten en negar, es en esas circunstancias donde el sistema económico vigente las deja más en evidencia.

Comienzo mis observaciones nada más llegar a la primera cola que tengo que guardar en el aeropuerto Simón Bolivar de Venezuela. Un tipo se me acerca y me propone evitar la espera y la llegada de mi turno por una módica ayuda económica. Mi primera reacción fue de indignación asociando la propuesta a la imagen de una corrupción miserable, por supuesto no la acepto. Lo peculiar es que en la siguiente cola, la aerolínea nos da prioridad para facturar, lo que percibí como normal ya que suele ser habitual con los pasajeros que viajan en primera clase. Pensándolo poco después, caí en que se trataba de la misma situación a la anterior propuesta del individuo desconocido, disfrutar de un privilegio sobre el resto de las personas por haber pagado un dinero. No había razón por tanto, para que me indignara en el primer ofrecimiento y percibiera como normal el segundo. Incluso concluí que es un esquema mental habitual, los privilegios que deberían resultar indignantes, se considera normalizados cuando se fundamentan en el poder adquisitivo y el pago.

Pero sigamos. Una vez facturado, los pasajeros de primera clase podemos acceder a una sala vips proscrita para el resto. Aunque en ningún lugar del aeropuerto se puede fumar, no hay siquiera una zona habilitada para fumadores, sí que existe una sala cerrada dentro del espacio vips para poder hacerlo. De este modo, la supuesta prohibición de fumar por razones de salud, se convierte en una imposibilidad sólo para los que no tienen dinero para ir en clase primera. O dicho de otro modo, sólo pueden fumar los que pagan.

El vuelo se retrasa unas tres horas. Durante ese periodo, salgo y entro constantemente de la sala exclusiva. Fuera observo ancianos que deben sentarse en incómodas sillas de plástico sin poder alejarse de sus bolsos de mano por razones de seguridad, mientras en la sala vips permanecen vacíos cómodos sillones acolchados. Algunas madres con niños pequeños, emigrantes ecuatorianas de escasos recursos que se dirigen a España, se desesperan al ver a sus niños impacientes llorando. Alguna pide sin éxito que se le proporcione leche para su niña de pocos años porque no tiene dinero para pagarla en las caras cafeterías del aeropuerto. En mi sala, además de leche y café gratis, hay todo tipo de licores y canapés.

Mucha gente se aburre durante una espera de varias horas sin poder moverse de la puerta designada para embarcar. En la sala exclusiva, hay televisiones que nadie ve, decenas de revistas y periódicos en los estantes y la tranquilidad de que te avisarán personalmente cuando comiencen a entrar los pasajeros de tu vuelo.

Cuando por fin llega la hora de embarcar, las madres piden que se les deje entrar primero con sus niños desesperados, el personal de la aerolínea responde que es imposible, que los primeros en acceder al avión debemos ser los de primera clase. Aunque protesto, no se atiende mi sugerencia de que entren primero las madres y los niños.

En realidad, no estaba asistiendo a nada excepcional durante esas horas en el aeropuerto, no debería haberme extrañado por nada. El microcosmos que acabo de presentar es el ejemplo vivo de la sociedad capitalista vigente. Recursos, bienes y servicios -como los cómodos sillones, la leche o el entretenimiento-, disponibles en exceso pero que no pueden ser utilizados por quienes más los necesitan. Y privilegios fundamentados en el poder adquisitivo sin entender de ningún criterio humanitario, social o de justicia. Pero quizás situaciones tan concretas pueden ayudarnos a entender lo que debería resultar mucho más obvio. Y mucho más indignante para los honestos que nos ha tocado vivir todos los días en primera clase.

Pascual Serrano :: www.pascualserrano.net

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