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Lazos Rotos

Feliz Navidentidad.

Paco Déniz / Artículos de opinión.- La perplejidad comienza a ser un estado de ánimo de los canarios. Con mucha frecuencia, esta perplejidad se torna asombro. Pero cuando se acercan las fechas navideñas se torna en susto. Va uno asustado con la estética navideña y piensa sino debería formar parte del temario de la asignatura de psiquiatría. Porque, realmente, esta estética merece un estudio clínico serio. Hay algunos autores y artistas que han explicado la identidad canaria desde el surrealismo, basándose en el contraste de paisajes y las diferencias tan abruptas de climas y alturas, ello se supone que ha hecho del isleño una mente compleja capaz de las más estrambóticas expresiones donde lo étnico aparece conjuntado con la formica, no hay sino que ver los nombres de los equipos de lucha canaria (Tegueste Valenciana de Cementos, Ferretería Araya Unelco, etc.) Yo no tengo tan claro la teoría surrealista, sobre todo por cuanto el contraste de paisajes ya no existe. Todo está entullado de piche y cemento. Yo participo más de la teoría de Franz Fanon quien arrancaba de la teoría de la colonización para demostrar el desbarajuste identitario y las contradicciones que sufrían los colonizados. Fanon era psiquiatra y no salía del asombro de los complejos de los colonizados. Y digo yo si no será ese complejo y ese rechazo a las auctoctonidades que hace que sintamos un amor odio a nuestras peculiaridades nacionales lo que nos lleva a imitar las boberías de otros pueblos para que así seamos un poco más aceptados. No hay sino que subir por la Orotava para ver un kilómetro de tremendos mástiles y banderas del mundo mundial que ha colocado el acomplejado Isaac Valencia para legar a su entrañable plaza decorada con unos pingüinos gigantes.

Yo creí que la bastada navideña más grande la había visto en Vecindario. En el muro de una azotea cuya fachada estaba encalada con cristales. Sí, cristales molidos, de esos que si te acercas te quedas como el Jesucristo de Mel Gibson, había un trineo gigante de cartón piedra o algo así, de color rojo chillón, tirado por dos renos adultos y con el machango vestido de rojo y blanco. Hacía una solajera terrible. Pero no. La bastada más grande me la encontré el la gasolinera de San Juan de la Rambla. La noche anterior estuve oyendo los ranchos de pascua de Tinajo y del aula de folklore de magisterio de la ULL y disfrute con una gran cantidad de jóvenes en un jolgorio étnica y etílicamente confortable. A la mañana siguiente salí para Garachico. Iba un poco estropeado y fui a ayudar a mi cuñado a rejuntar los pisos. Pare en el bar de la gasolinera a echarme un cortadito y una tapa de tortilla de papas, cuando de pronto observe tras los cristales una enorme cueva en forma de escenario, con dos osos polares gigantes y un trineo enorme tirado por perros siberianos que transportaban a otro machando de rojo y blanco. El fondo era un pico nevado igual que el fujiyama, y desde lejos pensé que el bulto que había en medio era el nacimiento en medio de una nevada. Pensé que habían sustituido la vaca y el burro de toda la vida por dos osos polares que se movían como el perro de detrás de los coches. Pero no. Cuando me acerqué medio resacado, me desperté del taponazo. Lo que había en medio eran unas casas típicas suizas, y a los pies un estanquito donde la gente tiraba monedas. Detrás del fujiyama había unas plataneras de verdad. Y en el barranco contiguo había unos mil gallos sueltos que picotean en la costa y en medio de las plataneras. La gente tiraba porquerías. Oscar Domínguez no apareció, pero si llega a asomar imagínate el garabato.

Después de rejuntar los pisos nos fuimos a comer a Tierra del Trigo. En un paraje precioso, en un guachinche auténtico, con una carne de cochino y de cabra, y un vino absolutamente del país, en un paisaje de cardones, inciensos, tuneras, dragos y palmeras, y en la puerta, armando escándalo, otro machango móvil de rojo y blanco. Por cierto que algunos pensábamos que el machango era un viejo comunista puesto que vestía de rojo y siempre actuaba en la clandestinidad, pero resultó trabajar para la coca cola. Se nos hizo de noche, y a la vuelta, observamos el éxodo de las pardelas. Éxodo y estrés provocado por la iluminación de la gasolinera. Vimos a muchas parejas abrazadas y familias enteras mirando tiernamente a los osos móviles y al machango, y tiraron unas moneditas al estanquito.

De todas formas, tampoco me las quiero dar de chachi, a mí me chiflan tres aspectos de la navidad. El turrón del tierno, el ritual del baifo y el día de reyes. Me encantan. No puedo decir lo mismo de las bebidas espumosas. Sin embargo, este año me ha entrado una sed repentina de cava. Y no sé desde qué punto de vista explicarlo, si desde el surrealismo, si desde el colonizado televisivo o si desde el internacionalismo. No sé, pero voy a brindar con cava, total, un estrambotismo más un estrambotismo menos. … Por cierto, ¿con qué brindará el decorador de la gasolinera?

Paco Déniz

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