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Lazos Rotos

Aniversario del asesinato de José Couso y otros periodistas. Censura de prensa a cañonazos en Iraq.

Medios alternativos / Juventud Rebelde.- Ernesto Gómez Abascal*. EL martes 8 de abril de 2003 la situación todavía parecía incierta en Bagdad. Aunque ya había tanques de los invasores estadounidenses dentro de la ciudad, muchos pensábamos que los combates por el control de la misma podrían extenderse durante semanas y la misión de ocupar y controlar la urbe se presentaría como una tarea compleja y costosa.

Alrededor de las cinco de la mañana de ese día, se estaban intensificando de nuevo los enfrentamientos, especialmente en el centro, la zona de los palacios situada a unos tres kilómetros de nuestra Embajada, pero también se escuchaban disparos de todos los calibres hacia el sur, en el populoso distrito de Doura y hacia otras partes. Desde la azotea donde observábamos, aún en la penumbra del amanecer, el panorama en la distancia era de fuego y humo. En una ciudad tan extensa como Bagdad, no podíamos tener una idea exacta de cómo se comportaban los combates.

En la ribera del Tigris cercana a nosotros, la artillería iraquí todavía disparaba con alguna frecuencia, respondida a veces por la aviación, que en ocasiones bajaba para tratar de localizarla y neutralizarla con potentes bombas o en tiro directo con cohetería que hacía retumbar todo el entorno.

El día anterior, 7 de abril, ya iniciada la lucha dentro de la ciudad y ante instrucciones de preservar al máximo nuestra seguridad, habíamos decidido no continuar haciendo recorridos por la misma, e interrumpir nuestras visitas al hotel Palestina, donde teníamos encuentros con periodistas amigos, especialmente los de América Latina y España, con quienes casi diariamente intercambiábamos informaciones y puntos de vista sobre el curso de los acontecimientos bélicos. Muchos de ellos confiaban en buscar protección en la Embajada de Cuba, una de las pocas que permanecía en actividad en Bagdad, en caso de que la situación de inseguridad se volviera en extremo crítica, a pesar de que el hotel, conocida sede de un numeroso grupo de representantes de la prensa internacional, suponíamos que se podía considerar -aun en aquellas dramáticas circunstancias- el lugar menos inseguro de Bagdad.

Alrededor del mediodía de ese 8 de abril, llegaron hasta nuestra Embajada un grupo de españoles que había permanecido valientemente en Bagdad como parte de una brigada de solidaridad con el pueblo iraquí, quienes también se dedicaban a informar a la opinión pública internacional de los bárbaros crímenes que se estaban cometiendo contra la población civil. Ellos nos comunicaron que habían cañoneado el hotel Palestina y que varios de los periodistas que allí conocíamos estaban heridos. Ampliamos la información viendo las noticias de algunos canales de televisión, privilegio del que gozábamos por contar con nuestra propia planta eléctrica. Estos ya reportaban el bombardeo de las oficinas de Al Jazeera y de la televisión de Abu Dhabi y que José Couso, de Tele 5 en España, y Taras Protsyuk, de Reuters, habían muerto en el bombardeo al Palestina, y que el corresponsal Tarek Ayub había fallecido en el ataque contra Al Jazeera.

Después nos dimos cuenta de que no podían haber sido hechos casuales; era un intento de intimidar y acallar la prensa que trabajaba de forma independiente en Bagdad y que no había obedecido las órdenes de informar únicamente desde las filas de los invasores y se negaba a sumarse a la guerra psicológica -convertida en terrorismo mediático- que desde hacía meses se venía llevando a cabo como parte de la agresión a Iraq y a la cual, vergonzosamente, se sometieron muchos de los grandes y más famosos medios occidentales. El momento era especial para atacar y tratar de acallar la prensa, aterrorizarla, pues los combates en Bagdad todavía podrían ser especialmente violentos y sangrientos. La represión que llevarían a cabo los invasores en su intento de controlar la ciudad y derrocar al régimen del partido Baas, no debía salir a la luz pública.

Los asesinatos de estos periodistas implicaban también venganza y escarmiento hacia aquellos que no habían querido someterse. El imperio había tratado por todos los medios de evitar que existiera información libre e independiente sobre la guerra; fueron numerosas las advertencias -presiones y llamadas intimidatorias- que se les hizo a los que permanecieron en Bagdad para que se retiraran. Los ataques contra ellos no fueron resultado de la lógica de guerra en que los trabajadores de la prensa corren el natural peligro por la vida; fueron ataques dirigidos, asesinatos selectivos similares a los que realiza Israel contra dirigentes palestinos.

El hotel Palestina era conocido por los invasores. Junto al Sheraton, es uno de los edificios más altos de la ciudad, y su situación frente al río Tigris lo hacía inconfundible. Las oficinas de Al Jazeera y la televisión de Abu Dhabi habían informado sus posiciones al mando de las fuerzas estadounidenses en Qatar. En el video que captó el ataque al hotel se observa claramente cómo un tanque M-1 Abrams, situado sobre el Puente de la República, en pleno centro de Bagdad, gira la torreta y toma puntería antes de disparar, haciendo impacto en el piso 15, justo debajo de la habitación 1603 donde casi diariamente, a esa misma hora, nos reuníamos con nuestros amigos, entre los cuales a veces estuvo ese digno representante de la prensa que fue Couso. Por otro lado, el ataque contra la oficina de Al Jazeera fue ejecutado a disparo directo, en un vuelo rasante de un caza estadounidense.

Los reclamos de los familiares y amigos de Couso hicieron que un juez español solicitara, sin éxito, la extradición de tres militares del Regimiento 64 de la Tercera División Acorazada del Ejército de los Estados Unidos, directamente implicados en el asesinato. Pero ellos fueron solo instrumentos para ejecutar el crimen. Hace pocos meses trascendió que el 16 de abril de 2005, mister Bush había consultado a su fiel seguidor, el premier británico Tony Blair, en una reunión celebrada en la Casa Blanca, la idea de bombardear la oficina central de Al Jazeera en Qatar. En abril de 1999 lo habían hecho contra la central de la televisión serbia en Belgrado.

¿Será posible juzgar algún día a los que dieron las órdenes para llevar a cabo estas ejecuciones como los verdaderos criminales de guerra? Los hipócritas defensores de lo que llaman “libertad de prensa”, apenas hablan de estos hechos. Tampoco lo hace Reporteros sin Frontera, cuya frontera está muy bien limitada por los dólares que recibe de Washington y no tiene ninguna preocupación por la censura de prensa que se ejerce a cañonazos.

Ernesto Gómez Abascal* ex embajador de Cuba en Iraq y actual embajador de Cuba en Turquía.

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