Blogia
Lazos Rotos

Cartoneros. (Argentina)

Medios alternativos / Prensa del Frente.- Olmo Calvo Rodriguez. Cada tarde, madres, padres, hijos e hijas e incluso abuelos, toman el tren cartonero que los llevará a la Capital Federal; epicentro de la sociedad de consumo argentina.

Rita es una señora de 43 años. Ha tenido 12 hijos a lo largo de su vida y actualmente recoge de las calles cartones, botellas, juguetes, frigoríficos, sillas, etc. todos los días, excepto los sábados, desde las 16 a las 00h.

Los cartoneros, como se les llama a las personas que trabajan reciclando lo que otros consideran basura, viven, en su mayoría, en los barrios de la provincia de Buenos Aires. Allí construyen sus casas, entre verdes campos y pobreza. La misma que los hizo huir de sus pueblos y ciudades para acabar en la periferia de esta megalópolis.

Rita vive en el barrio Sol y Verde, a unos 50 Km. de la Capital Federal. En su casa duermen habitualmente 12 personas: ella, su marido Ramón, 5 de sus hijos, 4 nietos y una de sus nueras. Su hogar, ahora de ladrillos gracias a la concienzuda labor de Ramón, era al principio de cartones.

Esta nueva “profesión” en Buenos Aires, surgió a raíz de la crisis económica de 2001. Desde hace casi 4 años, Rita tira de un carro durante horas. Un carro que puede llegar a pesar más de 200 kilos.

Todos los días se levanta a las 8 de la mañana para lavar y secar la ropa de su numerosa familia. Mientras tanto, los hijos limpian la casa y el marido separa lo traído el día anterior, para después poderlo llevar a los almacenes de reciclaje.

El tren que lleva a todos los cartoneros y a sus respectivos carros, apodado como el Cartonero, está formado por una vieja locomotora y unos pocos vagones vacíos con las puertas y ventanas destrozadas.

Alrededor de las 14 h llega al barrio de Rita.

En cada vagón siempre viajan las mismas personas, habiéndose formado grupos de compañeros que se ayudan unos a otros en la costosa labor de subir y bajar los carros.

En el trayecto de ida, los niños y muchachos, se divierten asomándose al exterior a través de los huecos de las inexistentes puertas.

Mientras tanto, los padres toman mate, duermen o conversan apaciblemente.

El tren tarda 2 horas en llegar a la estación de Chacarita, desde donde parten los cartoneros. Cada uno tiene un recorrido predeterminado.

Rita sigue un itinerario laberíntico por las antiguas calles del barrio de Palermo. Algunos vecinos la saludan y varios tenderos de diversos comercios, le dan los cartones, revistas y envases que han guardado para ella.

A pesar de estos gestos, la mayor parte de los habitantes de la Capital, los desprecia. Se refieren a ellos con un nombre genérico de tintes racistas: “cabecitas negras”.

Durante su recorrido, Rita se encuentra con varios policías. Uno de ellos me exige la documentación. “Tenga mucho cuidado” me advierte al verme a su lado. “Nos consideran unos delincuentes…” me informa Rita, cuando, en la mayoría de los casos, los cartoneros trabajan más que cualquier policía argentino.

Al pasar por una esquina, Rita me cuenta de cómo ella, su hija y una de sus nietas, estuvieron a punto de morir. Ellas se encontraban descansando en el cruce de las calles Charcas y Bonpland, cuando dos automóviles colisionaron violentamente aplastándolos contra la pared de un edificio. El accidente le provoco la fractura de su pierna y tobillo derechos. Su hija sufrió la rotura de tres costillas y un brazo, además del aplastamiento del hígado. Y su nieto, de tan solo 2 meses de edad, acabó con un brazo roto y el cráneo fracturado.

Los cartoneros deben ir por las calzadas, junto a los coches, motos, camiones y autobuses. Éstos últimos rozan sus carros muy frecuentemente. Por lo que, además de tener que respirar el humo de los tubos de escape, trabajan con el peligro permanente de ser atropellados.

La noche avanza y, a partir de las 23h., comienzan a llegar carros llenos de materiales desechados hasta la estación de Chacarita. El de Rita rebosa de: cartones, periódicos, revistas, botellas de plástico, una silla, e incluso una pequeña bicicleta que transporta en la cúspide de su carro. “Es para mi hijo pequeño” afirma orgullosa.

Bajo la tenue luz verdosa de las viejas farolas que alumbran el andén, los cartoneros encienden hogueras. En ellas calientan agua para poder tomar mate mientras descansan.

Alrededor de las 00h. el tren cartonero regresa para llevar a los exhaustos trabajadores hasta las inmediaciones de sus barrios.

Cargar todo lo recolectado durante el día y acomodarlo en los pequeños vagones, es un trabajo muy duro que realizan en grupos.

El poco espacio disponible obliga a la mayor parte de los cartoneros, a viajar, durante más de 2 horas, encima de sus propios carros. En la más absoluta oscuridad, y, en ocasiones, a menos de un metro del techo, intentan dormir.

Sobre las 2:30 de la madrugada un frenazo, agudo y prolongado, despierta a Rita. Ha llegado a su barrio. El tren se detiene en medio de la vía, no hay ninguna estación o apeadero. Para poderse bajar, Rita tiene que saltar literalmente desde el hueco de la puerta. En Sol y Verde se bajan muchos cartoneros. Pero aún les queda camino para llegar hasta sus casas. Rita y dos de sus hijos, lo hacen a las 3 de la madrugada. Entonces, en la quietud de la noche, preparan agua caliente para, de nuevo, tomar unos mates. Sentados alrededor de la mesa de la cocina, se cuentan las anécdotas vividas durante el día.
Antes de acostarse, Rita va a ver dormir a sus hijos más pequeños. Son las 3:30 de la madrugada. Mañana, a las 8, un nuevo día volverá a comenzar.

1 comentario

Felipe Quevedo -

Está muy bien publicar un documento de gran importancia, pero al parecer está incompleto.