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Lazos Rotos

Pateras sin retorno.

Medios alternativos / Trabajadores.- Luis Jesús González. Prófugos de su pasado, oleadas de inmigrantes africanos asaltan las costas de Europa, con las esperanzas puestas en un futuro diferente, convertido en volátil espejismo por las intolerancias. Conocidas a lo largo de casi medio siglo por su imagen paradisíaca, las playas de Islas Canarias vuelven al plano noticioso con las trágicas evidencias de un abismo mucho mayor que los cientos de kilómetros que las separan de las costas africanas. En sus blancas arenas, las maltrechas embarcaciones de los inmigrantes ilegales confirman el costo de la conquista de Europa.

Azotados por guerras tribales, largas sequías, malas cosechas y otras catástrofes naturales y humanas, para miles de africanos el viejo continente se levanta como el antídoto frente a una existencia plagada de privaciones.

Impedido de acceder por vías legales, el ingreso por tierra a las posesiones españolas de Ceuta y Melilla en el norte de África o el traslado por mar hasta el archipiélago canario figuran entre las vías más empleadas, a pesar de la estela de muertes dejada en el trayecto.

Procedente de numerosas naciones al sur del Sahara, el flujo de emigrantes semeja una invasión desesperada, en la que pocas experiencias “felices” contrastan con el grueso de las amargas historias de sus protagonistas, independientemente de los escasos medios al alcance de los inmigrantes y los pocos escrúpulos de los traficantes.

El tránsito por tierra encierra peligros de toda naturaleza. La inhóspita geografía del desierto del Sahara, las empinadas cumbres de los montes Atlas o la amenaza de las bandas de asaltantes que pueblan el trayecto conspiran contra la materialización del sueño de los viajeros.

Para los pobladores de las naciones del Golfo de Guinea y el oeste africano, la ilusión europea implica el sacrificio de remontar enormes distancias hasta Marruecos, donde esperar la oportunidad de burlar la vigilancia española en Ceuta y Melilla.

Muchos de los que logran superar las cercas alambradas de la frontera y caen en manos de las autoridades permanecerán meses hacinados en campamentos de refugiados, sin derecho a un abogado ni la posibilidad de comunicarse con el exterior: un limbo legal que antecede a la deportación.

Los que desafían el mar, apuestan por un trayecto de unos 100 kilómetros hasta las playas del archipiélago canario en precarias embarcaciones de pesca, comúnmente denominadas pateras en el lenguaje migratorio europeo.

Mauritania es el punto de partida por excelencia y allí se congregan las más variadas nacionalidades africanas, unidas por el deseo de una travesía sin encuentros con los guardacostas españolas, pero para ellos las playas canarias pueden ser también las puertas del infierno.

Convertidos en depósito de inmigrantes ilegales africanos, en los antiguos aeropuertos de las islas de Fuerteventura y Lanzarote se hacinan centenares de hombres y mujeres bajo el control de la Cruz Roja, porque -según organizaciones humanitarias- el gobierno español no proporciona asistencia médica o sanitaria.

El aumento de los arribos de inmigrantes a las costas canarias ha puesto en estado de alerta a las autoridades de Madrid, que han llegado a solicitar la colaboración de la Unión Europea en su empeño por frenar el flujo de ilegales al importante bastión turístico.

A pesar de las declaraciones de la vicepresidenta del Gobierno español, María Teresa Fernández de la Vega y del canciller de Madrid, Miguel Ángel Moratinos, hasta el momento la única solución pasa por el retorno de los inmigrantes a Mauritania, con cuyo gobierno han suscrito un acuerdo que incluye la entrega de medio millón de euros a través del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) a cambio de aceptar a los deportados.

Mientras, la colaboración europea parece reducirse al apoyo de medios técnicos para reforzar la vigilancia frente a las costas mauritanas, donde nuevas embarcaciones españolas han establecido un valladar contra miles de hombres y mujeres con una secular sed de justicia.

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