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Lazos Rotos

Marruecos tortura a la población civil saharaui ante la indiferencia de la Comunidad Internacional.

Web republicanas / Rincón de Letras.- Jaume d'Urgell. Una vez más, la tortura vuelve a ser el indeseable protagonista de una actualidad que se ceba con los más débiles. Crímenes de lesa Humanidad cometidos al amparo de nuestra arrogancia, pesadilla inconcebible que continúa presente entre las páginas de un periódico que jamás verá la luz. El miedo, el instrumento preferido para imponer cosas imposibles de votar.

Saharaui víctima de torturas (KAOSENLARED). Manjar molesto en la redacción —teletipo incómodo de esconder—, sabor amárgo, recurrente al paladar y de pesada digestión. Mas, he aquí que no hay Cocinero ni Jefe de Cierre que no sea ducho en el uso del pasa-puré… un recuadro en galerada de salida intemporal, un par de ajustes al kerning y… ¡Alehop! ¡Ya está! Ni se nota, ni traspasa… ya nadie sabrá de tus gritos. Hoy no toca… tampoco.

La tortura es la hermana —jamás fortuita— de una incertidumbre labrada con titulares de oro. Tan repugnante a la razón, que ningún idioma alcanza a describirla como la memoria… esa Memoria de la que quienes se saben culpables no quieren ni oír hablar… mas su horror habita indeleble en el corazón de unas víctimas obligadas a esconder cualquier rastro de niñez.

Hablamos de un abismo que no es vertical… que conduce al más absoluto extremo de la Derecha. El sumidero de la civilización. La forma más pura del odio: la dictadura (o monarquía, o ilusión de alternancia bipartidista —táchese lo que no proceda—). La dictadura constituye la expresión cumbre de cualquier forma de arbitrariedad, y en Marruecos —como en cualquier otra parte—, es la idolatría a unos ladrones que se creen dignos. Unos ladrones que no hurtan, roban; y que tras asaltar no huyen: invaden y permanecen, se adueñan y expanden… metástasis perfecta contra toda célula de Justicia. Permanecen merced a la violencia y el miedo. El miedo… y volvemos a la tortura.

Esa tortura —que a menudo no es más que otra forma de asesinar—, es el instrumento predilecto del ejército marroquí para atemorizar a la población civil de los territorios ocupados en la República Árabe Saharaui Democrática… el Sahara… ¡nuestro Sáhara!... su Sahara… ¿qué más dará?

“Sahara” no es solo es el topónimo de un accidente físico cuya equivalencia política se debe ocultar en nuestros libros de texto. El Sahara, ese maravilloso cordero indómito al que los despechados pastores norteños abandonáramos cautivo, desarmado y rodeado de lobos. No, se trata solo de una palabra, no es solo un nombre, es un país… son personas, culturas y espacios, con perfecto derecho a existir. Existir contra nadie. Existir nada más.

Para evitar su existencia, alguien pensó en la tortura, ese deshonesto tabú militar —si es que a una piara de orates armados le pueda caber algún honor—. La elección de la tortura como instrumento de dominación no es casual, se trata de un recurso natural, renovable e ilimitado, eficaz y asequible, con un importante efecto disuasorio y desmoralizador.

Es importante conocer que la tortura no solo es aplicada por terroristas-soldado, puesto que por sí solos, serían incapaces de dotarse del intrincado armazón de impunidad que permite que se cometan este tipo de abusos. Para que la tortura exista, se requiere del concurso de más cooperadores necesarios, cuyas manos están tan manchadas que bien merecen compartir la etiqueta de terroristas: hablamos de los terroristas-oligarcas, de los terroristas-mediáticos, los terroristas-políticos y los terroristas-electores conscientes… sin los cuales no habría tortura. Todo aquel que huele el inconfundible hedor de la tortura y que sin embargo es capaz de hallar una razón para justificar su laissez faire, su mirar hacia otra parte, sus “prioridades”, su “me queda lejos”, su “ya se sabe”… esos, son tan culpables como la propia “X” coronada que firma las sentencias de muerte con ayuda de un mapa y una goma de borrar.

Es una mezcla de impunidad y avaricia lo que explica la existencia de los holocaustos contemporáneos. Holocaustos que como ocurriera con el de mediados del Siglo pasado, cuentan con el silencio cómplice de todos quienes intuyen o conocen cuanto ocurre, pero no hacen nada para evitarlo… todo eso de “¿Yo? ¿Qué voy a hacer yo si hay torturadores en África? ¡África está tan lejos! ¡Ya se sabe!”… o como mucho un “¡Oh, pobrecitos! ¡Qué pena! Bueno, ¡qué se le va a hacer!”.

Nos vanagloriamos de ser una potencia occidental, de ser la novena economía del globo, de que nuestro PIB haya sobrepasado al de Canadá, de nuestra pertenencia a instrumentos de política multilateral, de nuestras gloriosas fuerzas armadas, de nuestra intocable Ley de Extranjería, de lo lejos que han llegado nuestros trepas de exportación en el seno del Fondo Monetario Internacional y de la Organización para el Tratado del Atlántico Norte (¡vaya tela!).

Si con todo eso ni siquiera podemos hacer presión para defender el derecho a la vida a 100 kilómetros de Lanzarote… ¿Entonces para qué o a quién sirve el poder? ¿Para perpetuarse en el disfrute de la riqueza robada al proletariado? ¿Para bajar la cabeza cuando nos amenacen? ¿Para cumplir treinta años de trabajos forzados y así poder pagar una celda en la que dormir? Quizá alguien esté interesado en hacernos creer que solo somos gotas, pero yo creo que somos el mar.

La solución no puede consistir en poner la televisión a diario, desear paz en Navidad o Hannuka, y esperar pasivamente a que las noticias nos sorprendan algún día con el anuncio de que las fábricas de armas solicitan un expediente de regulación de empleo. Esto no es como el Mundo, que gira sí solo… o empujamos todos hacia la Paz, o alguien se encontrará escribiendo un artículo muy parecido a este, dentro de cinco mil años… y con todo, ése no sería el peor horizonte imaginable.

La violencia no es obra del azar, siempre tiene una explicación que nunca hallaremos en la prensa o los libros de texto. En el caso que nos ocupa, se trata de algo que aún siendo complejo en su interior, resulta muy fácil de observar: Dinámica de fluidos. En el momento en el que se redujo la presión militar de los expoliadores del reino de España, ya nada impedía el empuje ejercido por la presión militar expansionista del reino de Marruecos. Y lo que es peor: en este teatro real, la población civil saharaui es un actor que no tiene papel; no son ciudadanos, sino meros súbditos… reses propiedad de un ganadero que las posee porque para eso las heredó… o se las encontraron sus perros en los pastos del vecino.

Y lo mismo ocurre desde el principio de la historia de la Humanidad: nos cuentan que ganaron los buenos, que fueron valientes y que además Dios estaba de su lado; que murieron los malos —que además eran infieles e impíos—. No es ficción, es realidad, está en la prensa: incluso el mismísimo Bush cuenta hoy falsedades parecidas a las de Alejandro Magno. Al final todo es lo mismo: una pequeña élite de ladrones se perpetúa en el despotismo y el robo sistemático al proletariado, mediante la violencia y el miedo. Lo de siempre.

Pero ¿y hoy en día? Las reglas son tan básicas, que se adaptan a cualquier escenario imaginable, con la única salvedad de que en los períodos de incertidumbre, se suele elevar el nivel de represión —guerras preventivas—.

Desde el punto de vista del dueño de Marruecos, la cosa está en arrimarse a un árbol de buena sombra, calzarse un traje de Armani y aparentar ser civilizado ante los reporteros occidentales. Eso le permite reinterpretar unilateralmente el Derecho Internacional y conceder una presión fiscal inexplicable a cuatro empresas yankees con nombre de gasolinera, que se dediquen a explotar unos recursos naturales que de todos modos no les pertenecen… es tan fácil como invitar a un genocida a la ciudad de Casablanca y hacer que se sienta como en su propia casa: un babero, un par de rodilleras, algo de vaselina, un puro y dejarle cruzar los pies sobre la mesa.

Es el silencio culposo de una Comunidad Internacional comprada y/o amenazada lo que permite que todas estas atrocidades tengan lugar. Se trata de intereses económicos y geoestratégicos responsables de tolerar el que un psicópata medieval pisotee la Declaración Universal de los Derechos Humanos, borre culturas, manipule sentimientos religiosos, ensucie el honor y la historia de su propio país, y, en resumen: utilizar la violencia como instrumento para conseguir fines políticos ¿Os suena esta definición? No se puede ser más claro, vivimos en Oceanía, y decir la verdad es un acto revolucionario, que se paga con la cárcel.

¿Acaso hay alguien en Marruecos o fuera de Marruecos que no sepa cómo se impone y mantiene el poder sobre la razón? Si hubiera alguien, capaz de responder negativamente a esa pregunta, sirvan como respuesta las imágenes que acompañan a este texto.

No son fotografías de personas anónimas. Se trata de Mulay El Hasan Mohamed Fadel, se trata de Mohamed Freik, de Limam Sabbar, de Saidi Salek, de Yaya Bachir, de Targui Malainin, de Said Mohamed Baha, de Bachir Ayach, de Máatala Dih, de Mahamud Mustafa Haddad, de Mohamed Bahia Rachidi… y de una interminable lista de miles de ciudadanos saharauis arbitrariamente detenidos por las fuerzas marroquíes de ocupación, sometidos a tortura y tratos degradantes, privados de la tutela y recurso judicial efectivo. No son nombres ficticios, sus historias se pueden verificar por en medio consulares y diplomáticos; a través de agencias de prensa independientes, de organizaciones no gubernamentales que operan en la zona como mediadores de paz, realizando tareas de auxilio humanitario; incluso es posible utilizar un buscador como Google, YaHoo!, Terra o Voila para comprobar los detalles y el paradero de estas víctimas de la barbarie represora del régimen alauita.

Siempre que la Libertad, la Igualdad o la Fraternidad osan turbar el sueño de los dioses, cabe esperar una reacción comprada o compradora, escrita o gritada, letrada o quizá incluso armada. No faltarán ni el pataleo ni el descrédito, ni el escándalo ni la tergiversación. Somos conscientes de a qué nos enfrentamos. Se puede desviar la atención del mensaje al mensajero.

Se puede hervir una gota, pero nada pueden contra el mar.

¡Salud y osadía!

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