Ciudadanos contra la libertad.
Los que no se van a divorciar hacen manifestaciones contra el divorcio; las que nunca abortarán, contra quienes lo necesitan; los que nunca se casarán con los de su mismo sexo, contra el matrimonio de homosexuales. Me parece que su concepto de libertad es poco ejemplar: su ira sería justa si les hicieran divorciarse, abortar o casarse con su confesor. Bajo este concepto espurio de libertad hemos vivido siglos, y es una ilegalidad moral que asusta. La Iglesia no convoca, dice, pero propaga la idea de las manifestaciones, absuelve a sus fieles del mal que puedan hacer en ellas, se lo recomienda.
La Iglesia cuyos miembros caen en el extraño vicio del celibato del que algunos escapan clandestinamente y a veces malamente denunciado por sus víctimas: es contrario a la Ley de ese mismo y raro Dios que les dijo: "Creced y multiplicaos". Han crecido, se multiplican captando a otros, no con la alegre coyunda consentida. He visto repúblicas y revoluciones, en éste y otros países, y en ninguna se ha dictado una orden roja obligando a los sacerdotes y a las monjas a casarse. Lo han hecho, eso sí; a algunos les he conocido que al verse seglares han descubierto no sólo las dulzuras y estremecimientos prácticos del sexo, sino la querida compañía en la vida.
Soy partidario de la pareja: con tal entusiasmo, que creo que se deben tener una detrás de otra sin limitación; no soy partidario del aborto porque creo que es un trauma para la mujer, pero no acepto que se la persiga o se la castigue por ello, ni a quien la ayude, porque la asquerosa sociedad siempre la ha segregado, maltratado y despreciado, y a su hijo, y ha inventado para él el insulto de bastardo, y el más repugnante de hidepú. La homosexualidad no me estimula, pero deseo que quienes tienen ese sentimiento y esa biología, o fisiología, puedan tener los mismos derechos que los heteros.
Haciendo cálculos, algo de futurología con la base de prolongar las tendencias de pensamiento y su multiplicación geométrica, creo que antes del medio siglo la Iglesia católica habrá perdido su influencia en España; y al final del siglo vegetará. Creo que el espantajo judeorromano no resiste a estos conocimientos. Estas manifestaciones adelantan su declinar y caída.
Leído en el blog de Eduardo Haro Tecglen. El niño republicano.
Enlace: Leer artículo original.
La Iglesia cuyos miembros caen en el extraño vicio del celibato del que algunos escapan clandestinamente y a veces malamente denunciado por sus víctimas: es contrario a la Ley de ese mismo y raro Dios que les dijo: "Creced y multiplicaos". Han crecido, se multiplican captando a otros, no con la alegre coyunda consentida. He visto repúblicas y revoluciones, en éste y otros países, y en ninguna se ha dictado una orden roja obligando a los sacerdotes y a las monjas a casarse. Lo han hecho, eso sí; a algunos les he conocido que al verse seglares han descubierto no sólo las dulzuras y estremecimientos prácticos del sexo, sino la querida compañía en la vida.
Soy partidario de la pareja: con tal entusiasmo, que creo que se deben tener una detrás de otra sin limitación; no soy partidario del aborto porque creo que es un trauma para la mujer, pero no acepto que se la persiga o se la castigue por ello, ni a quien la ayude, porque la asquerosa sociedad siempre la ha segregado, maltratado y despreciado, y a su hijo, y ha inventado para él el insulto de bastardo, y el más repugnante de hidepú. La homosexualidad no me estimula, pero deseo que quienes tienen ese sentimiento y esa biología, o fisiología, puedan tener los mismos derechos que los heteros.
Haciendo cálculos, algo de futurología con la base de prolongar las tendencias de pensamiento y su multiplicación geométrica, creo que antes del medio siglo la Iglesia católica habrá perdido su influencia en España; y al final del siglo vegetará. Creo que el espantajo judeorromano no resiste a estos conocimientos. Estas manifestaciones adelantan su declinar y caída.
Leído en el blog de Eduardo Haro Tecglen. El niño republicano.
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