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Lazos Rotos

Entrevista concedida por José Saramago -Premio Nobel de Literatura en 1998- a Juventud Rebelde (Cuba).

Saramago

La antesala de esta entrevista es el portal del Palacio del Segundo Cabo, en La Habana Vieja, donde corre una brisa inusitada, presagio de aguaceros. José Saramago presenta en Cuba su novela El Evangelio según Jesucristo, y aunque el escritor se anuncia aquí para las 11:00 de la mañana, muchos lo han estado esperando desde tres horas antes. Cuando aparece el Nobel portugués con su esposa, la periodista y traductora Pilar del Río, no hay un espacio libre junto a las antiquísimas columnas de la sede del Instituto Cubano del Libro, ni en sus alrededores. La gente se ha subido en los bancos de la plaza vecina y algún lector temerario se cuelga de un árbol para tomar fotos por encima de la multitud.

Cuando el matrimonio se retira a la casa donde se hospeda y en la que se producirá esta conversación, se han vendido 1 118 libros al precio de 20 pesos —0.75 euros, le traducirá Pilar a su marido— y José habrá estado firmando ejemplares por más de dos horas.

“Un señor me contó que vino en una motocicleta manejando desde Matanzas (ciudad a cien kilómetros de La Habana)”, dice agotado y feliz, antes de comenzar el diálogo que se produce tal y como lo leerán ustedes, salvo con una breve interrupción.

Pilar ha recibido una llamada de Jonan Fernández, coordinador de ELKARRI, una organización que promueve la solución pacífica en el País Vasco. Él le ha dado la noticia de que ETA ha decidido suspender las acciones armadas contra las personas electas de los partidos políticos en España. Jonan le ha dicho por teléfono: “sin tirar cohetes se ha logrado algo. Es un proceso todavía largo, pero es un peldaño más”.

Mientras transcurría la hora y media de conversación con Saramago en una de las habitaciones de la casa, ella traducía muy cerca de nosotros la novela más reciente del Nobel, Las intermitencias de la muerte. La obra, que se presentará simultáneamente en noviembre de este año en todos los países de América Latina y Canadá, es un texto más breve que sus entregas anteriores —algo más de 200 páginas— y comienza con la frase “Al día siguiente, no murió nadie”.

Aunque parezcan piezas dispersas de un rompecabezas, los hechos de esta tarde relacionados con Saramago —la entrevista, la noticia de ETA, la nueva obra, las palabras en la presentación de El Evangelio según Jesucristo— están atados con una misma cuerda: “Todo en este mundo, o casi todo, lleva por delante dos palabras: ‘mandar’ y ‘matar’. Hay que romper esa lógica”.

Cuba.

—No voy a preguntarle qué lo hizo venir a Cuba, porque ya esa respuesta usted la dio y fue bastante manipulada...
—Pues sí te la quiero contestar a ti para dejarlo claro de una vez: vine, sencillamente, porque me han invitado.

—Bien, pero empecemos por un ejercicio de memoria: ¿cuándo usted se entera de que Cuba existe en este mundo?
—Durante la invasión de Bahía de Cochinos, en el año…

—Abril de 1961…

—Yo no vivía en Lisboa, sino en un pueblo que está muy cerca. Iba y venía en tren, y recuerdo con una nitidez extraordinaria la lectura de un periódico de Portugal que anunciaba la invasión como un triunfo de los enemigos de la Revolución. Había un titular a toda página y describía lo ocurrido, no con muchos detalles —recuerda que era la época en Portugal de los presidios, las censuras—. Me chocó profundamente el tono de triunfalismo que el periódico exhibía. Al día siguiente sentí un placer casi maligno cuando el periódico no tuvo más remedio que decir que el intento de invasión había fracasado

—De esa etapa es también su recuerdo del Che, que describió en un artículo publicado en Cuba no hace mucho: “Al Portugal infeliz y amordazado de Salazar y de Caetano, llegó un día el retrato clandestino de Ernesto Guevara”.

—Ese retrato llegó y nos conmovió a todos... Existía una izquierda activa, seria y trabajadora que lo vio como un referente… Y también había, por encima, o por debajo, como se quiera entender, una izquierda que podemos llamar intelectual que a veces con buena fe convirtió al Che en una especie de icono. Eso ocurrió mucho menos entre gente de la clase obrera, que en lo que llamábamos desde entonces la izquierda afectiva, que en el fondo siguieron al Che y a la Revolución Cubana como si fueran modas.

“No quiere decir que no existiera ahí incluso alguna o mucha sinceridad, pero también había un poco de oportunismo. Cuando el tiempo pasó y el Che había muerto, y las cosas se normalizaron de alguna forma, la izquierda dejó de parecerle a mucha gente esa especie de aurora, de algo que iluminaba todo espacio. Fue entonces cuando escribí que el retrato del Che desapareció de la pared y en algunos casos se tiró a la basura. Ese texto es a la vez un homenaje al Che Guevara, y también, una mirada irónica sobre la inestabilidad de las ideologías, donde a veces se estima más lo superficial que lo profundo”. [...]

Fuente: Juventud Rebelde Cuba
Enlace: Acceder a la entrevista efectuada por Juventud Rebelde a José Saramago, en su fuente original

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