Hijos que mueren, madres que lloran. Por su guerra y por su culpa.
A tres kilómetros del rancho de Crawford, Texas, donde el presidente norteamericano, George W.Bush, disfruta una de sus largas y reiteradas jornadas de vacaciones, Cindy Sheehan, madre de un joven soldado muerto en Iraq, se ha instalado en una casa de campaña en señal de protesta y en espera de que el Presidente la reciba para exigirle que regrese a casa a los miles de jóvenes de su país que hacen guerras en Iraq y otras naciones, y muchos de los cuales vuelven dentro de ataúdes cubiertos por la bandera de las 50 estrellas.
La sufrida madre, una de las casi 2 000 que han perdido a sus hijos en Iraq, con sus ojos llenos de lágrimas por el recuerdo de su querido Casey, fallecido con solo 24 años, cuestionó con ira las palabras de Bush cuando se refirió al sacrificio de soldados que mueren por una noble causa. ¿Cuál es esa noble causa por la que murió mi hijo?, replicó.
Y luego recordó a la prensa que fue una de las 15 madres de soldados fallecidos que se reunieron por separado el pasado junio con Bush en la Casa Blanca, un encuentro del que no salió nada contenta. "No miró la fotografía de Casey, ni siquiera sabía su nombre".
Y añadió que "ahora quiero que honre a mi hijo retirando las tropas, no quiero que use el nombre de Casey para justificar ninguna muerte más".
También señaló que la guerra en Iraq es injusta y está basada en "horribles mentiras". Al hablar de su hijo, la señora Cindy lo recuerda con su trato fácil y buen sentido del humor.
Casey se enroló en el Ejército en el año 2000, pero nunca pensó que iría a la guerra. Sin embargo, un año más tarde de vestir por primera vez el uniforme militar, el Presidente de su país declaró guerras y más guerras, y así fue llamado él como otros casi 200 000 para enrolarse sin saber por qué ni para qué en un conflicto bélico en una región lejana, en un país al que acusaban entonces de poseer armas nucleares y colaborar con la red terrorista Al Qaeda, dos piezas de un montaje mediático que fueron echadas por tierra a los pocos meses de la invasión y ocupación.
En una sola noche los grupos pacifistas y familiares de los caídos en Iraq que apoyan a Cindy realizaron más de 1 000 vigilias en Estados Unidos. Veteranos y familiares de soldados estadounidenses comparecieron junto a Sheehan para instar a los ciudadanos a que secunden los actos y demandas pacifistas. Entre los manifestantes que apoyan este movimiento se expresa que la mejor manera de solidarizarse con los soldados que cumplen su misión en Iraq es sumarse a la protesta y exigir su inmediato regreso a casa.
Además, "nuestros hijos mueren por las compañías de petróleo y nosotros, junto con los iraquíes, pagamos el precio", porque "cada día vemos cómo sube el costo de la gasolina", declararon.
De los que a Iraq han sido enviados para matar, quizás la mayoría no conozcan siquiera que aquello que se destruye es cuna de civilización y cultura, o que es el petróleo y no otra cosa, lo que busca la administración Bush en su empantanada contienda militar.
Casey solo estuvo en Iraq cinco días, ya que en la quinta jornada fue muerto en Ciudad Sadr, en una de las tantas emboscadas que una resistencia dispuesta a defender su suelo y su Patria realizan como forma de guerra.
Ahora la señora Cindy, que se ha convertido en un ejemplo que siguen muchos dentro del movimiento antibélico en Estados Unidos, recuerda que antes de que mataran a su hijo, solía pensar que una sola persona no podía lograr nada, "pero una persona rodeada y apoyada por millones puede hacerse oír", recalcó.
Ya la prensa norteamericana está reflejando en sus espacios no solo el caso de Cindy, sino también el de otras madres agobiadas por el dolor del hijo que han perdido. En Decatur, Georgia, Mary Ann MacCombie, la madre de otro soldado muerto en Iraq también protestaba, y rodeada por las cámaras y los periodistas, fustigó la intervención de los Estados Unidos en Iraq, donde su hijo, el sargento Ryan Campbell, pereció en abril del 2004 a raíz de un atentado dinamitero.
Por su parte, Patricia Roberts, cuyo hijo, el soldado Jamaal Rashard Addison, murió en Iraq en marzo del 2003, dijo que "es hora de responder al llamado y pedir que terminen el dolor, la falsa jefatura y la guerra".
En este contexto, Cindy Sheehan, ahora ausente temporalmente por una grave enfermedad de su madre, ha pasado varios días en su carpa o bajo la lluvia, hablando con los periodistas, abrazando a los que la acompañan y tomándose breves respiros para comer de lo que le traen quienes la apoyan.
Mientras, a solo tres kilómetros de donde ella aguarda, el presidente George W. Bush, negado a recibirla, dijo "comprender" la angustia de algunos (menos él) por la muerte de sus hijos, "pero discrepo enérgicamente" de quienes piden el regreso de las tropas.
Sin embargo, lo que no podrá negar esta vez el señor Bush es que sus vacaciones han estado acompañadas de madres que no le perdonarán nunca que sus hijos hayan muerto por su guerra y por su culpa.
Elson Concepción Pérez en Granma (Cuba)
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