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Lazos Rotos

Cuando la ciudadanía asume la información como espacio de resistencia. Venezuela en la vorágine mediática.

Es tan apasionante el panorama de las comunicaciones que actualmente vive Venezuela, que no podemos dejar pasar la oportunidad de insertar un breve análisis de la estructura nacional de la información en este espacio de vanguardia y resistencia virtual.

En los últimos cinco años el papel de los medios en el acontecer político ha sido ampliamente debatido y discutido en distintos escenarios. Los massmedia, los dueños de medios, los periodistas, han enfrentado críticas y halagos, pero sobre todo se han visto sacudidos por una fuerte conmoción en su lógica funcional.

Antes del arribo del presidente Hugo Chávez al poder, en Venezuela se hablaba de recuperar la democracia, sus instituciones, articular la sociedad en función de la reconstrucción del país. En ese contexto, términos como “sociedad civil”, “participación ciudadana”, “mediocracia”, fueron ampliamente difundidos, discutidos y analizados en diversos escenarios.

La puesta en evidencia del agotamiento del modelo político democrático y su inevitable impacto sobre la estructura de poder dominante; la emergencia de nuevos actores sociales, y la pérdida experimentada por la organización partidista en su capacidad de convocatoria y de interacción social, causaron una sensible brecha entre los ciudadanos y las instituciones políticas, dando lugar al descrédito de las viejas formas orgánicas de representación, al compás de la apertura de nuevos canales de participación ciudadana y de restauración de la llamada sociedad civil, aspecto en el que se imbrica la dinámica comunicacional en tanto mediadora del discurso político y espacio ideal para la interpelación pública.

Ante el debilitamiento del sistema político, los medios no se resistieron a la tentación de llenar ese espacio y pretender sustituir a los partidos. Con el tiempo se han ido solapando cada vez más en el entramado del poder, hasta establecerse como actores centrales.

Es un hecho que la actual realidad política venezolana encara a los intereses de los grupos que desde hace muchos años han manejado negocios muy rentables relacionados con la política, la economía y los medios. El gobierno de Chávez consiguió operar transformaciones sustanciales en la manera de ejercer la comunicación desde la ciudadanía, lo cual es palpable a partir de las reformas que experimentó la Constitución Nacional, hasta la recientemente aprobada Ley de Contenidos de los Medios de Comunicación Social.

Esto ha dado como resultado un enfrentamiento en dos niveles: el primero surgido por el uso -y abuso- del rol político de los medios a falta de una oposición partidista homogénea y con credibilidad, descalabrada desde los días en que esos grupos perdieron legitimidad ante el colectivo; y el segundo desde los estadios tradicionales de la lucha de intereses tomando en cuenta que los medios en Venezuela, como en casi todo el mundo, forman parte de importantes “holding industriales con múltiples inversiones en diferentes áreas de la economía”.1

Lo inédito, sin embargo, radica en el hecho de que un grupo de ciudadanos, que ni siquiera pertenece a un partido, pueda convertirse en prestadores de un servicio no sólo para comunicar sus ideas y opiniones, sino para operar como seleccionadores y clasificadores de documentos que corroboran sus posiciones.

Vale recordar que durante el fallido golpe de Estado (tal como lo juzgó el Tribunal Supremo de Justicia) contra el presidente Chávez el 11 de abril de 2002, mientras los grandes medios informaban a su manera lo que sucedía en el país, fue esa política de medios alternativos operada desde el Estado la que dio al traste con una jornada de auténtica desinformación. Sigamos brevemente el relato del periodista Maurice Lemoine, enviado especial del periódico francés Le Monde diplomatique, para contextualizar los acontecimientos:

“La versión de los hechos difundida por los órganos de prensa locales, a menudo, se vuelve a encontrar de idéntica forma, en numerosos medios de comunicación internacionales: The New York Times, The Washington Post, CNN; El Tiempo, radio y TV Caracol, RCN, etc. Entre éstos, se distingue especialmente el periódico español El País. Teniendo en cuenta ciertos intereses económicos y financieros, a veces se puede entender la razón de ‘sinergias’ como éstas. El grupo Prisa, propietario de El País, posee el 19% de las acciones de Radio Caracol, siendo su accionista mayoritario, el poderoso grupo colombiano ValBavaria, que tiene como principal socio a Julio Santo Domingo (el hombre más rico de Colombia) y... el grupo Cisneros, que domina la industria de los medios de comunicación de Venezuela. A la cabeza de Prisa, Jesús Polanco a la par presidente de Sogecable, una sociedad vinculada a la empresa norteamericana DirecTv, que tiene como uno de sus principales accionistas al citado grupo Cisneros”2... cuyo máximo dirigente, Gustavo Cisneros, es reconocido amigo personal de George Bush padre y por cierto, ambos abiertamente vinculados a importantes empresas del sector petrolero e interesados en la privatización de la empresa estatal PDVSA, una de las más importantes del mundo.

El ciudadano se emancipa. La información que recibe el mundo se encuentra monopolizada por las grandes corporaciones de los países más industrializados que participan en un amplio espectro de actividades comunicacionales globales. Unos 500 gigantes controlan aproximadamente el 70% del comercio mundial, lo cual se refleja en la producción y control de productos culturales como la televisión, cine, música y publicidad, patrimonio de los colosos del entretenimiento que incluso, estrechan cada día más sus dominios en el desenfreno de las llamadas megafusiones.

En los últimos 10 años las comunicaciones mundiales se digitalizaron, consolidaron, desregularon y globalizaron, mientras el flujo informativo cada vez se hizo más unidireccional y sobre todo, con una clara subordinación del Sur al Norte.

Pese a los esfuerzos del informe MacBride a favor del libre flujo de la información “equilibrado”, desde mediados de los ‘80 reinan en el planeta tres grandes agencias noticiosas: AP, AFP y Reuters, además de agencias intermedias como ANSA, DPA, EFE, CANADINPRESS, mientras que sólo una agencia, la IPS, tiene la idea de informar sobre procesos sociales. Además, las grandes corporaciones globales de medios de USA y Europa que tienen una presencia mundial y consolidan y extienden esa presencia, como son News Corporation de Murdoch, AOL Time Warner (USA), Walt Disney Co. (USA), Bertelsmann AG (Alemania), Viacom (USA) y Vivendi Universal (Reino Unido), sin contar las que se fusionan de un día para otro, extienden bajo su poder una amplia gama de especialidades productivas como cine, TV, periódicos, servicios de noticias, armas, electrodomésticos, telefonía, satélites, y por supuesto, Internet.3

Basta con revisar un diario nacional o regional de Venezuela, por ejemplo, para leer noticias de Colombia, el país vecino, procesadas por las agencias Reuters o AP, que pertenecen a sectores con intereses muy definidos. Según estas agencias, en Colombia sólo hay guerra de guerrillas, drogas, sicariato y miseria, por lo que cada vez se justifica más, según esta lógica condicionada, una intervención armada a través del Plan Colombia, con lo cual la industria armamentista se nutriría positivamente… y las noticias, como en un círculo vicioso.

La irrupción de la globalización, que avanza como otro de los paradigmas de la postmodernidad, ha puesto de relieve una visión que no alude sólo a la internacionalización económica movida por el neoliberalismo, sino también a un estadio post-industrial en el cual las líneas de montaje y la propiedad pierden su ímpetu frente a la creciente marcha de la sociedad de la información, mientras que los Estados-Naciones dan muestras de un protagonismo menos relevante, y el mercado, a los fines prácticos, se convierte en el modelo lógico para toda acción humana.

La razón de este proceso, resumida en la expresión “libre competencia”, se adecua a los parámetros esbozados por el nuevo orden económico neoliberal, el cual tiende a eliminar las fronteras de los Estados-Naciones, con un lenguaje globalizador que asume y entiende lo cultural como la permanente búsqueda del equilibrio entre lo universal y lo regional; al fin y al cabo, lo importante es entrar en el juego de la oferta y la demanda, apartando cualquier concepto territorial, lo cual, según el investigador Ignacio Ramonet4, no ha hecho sino abrirle espacio a una minoría de grupos poderosos en detrimento de las minorías nacionales.

Entonces, la globalización, como plataforma de la hegemonía cultural asociada a la dominación económica, comienza a copar todos los espacios simbólicos mediante la trasnacionalización de la producción, la desterritorialización de los mensajes y la homogeneización del pensamiento, incluso muchas veces echando mano de lo local, convirtiéndolo en el tipismo maniqueo servido para el consumo turístico.

Utilizando los medios masivos de comunicación se crea un patrón del “buen vivir”, se estandarizan las marcas y se homogenizan las aspiraciones, configurando elites y clases medias globalizadas que siguen los mismos estilos de consumo, mostrando preferencias por las mismas marcas globales. Los viajes de turismo, las visitas a Disney World, la concurrencia a los shopping-centers, los paseos por las calles comerciales, forman parte de un mismo imaginario colectivo. Esto es aún más común en los territorios urbanos, en las metrópolis, en donde la “marca” expuesta convierte al individuo que la ostenta en el portador de una identidad colectiva en la cual resulta imposible destacar, pero le ayuda a pertenecer, al menos de forma ficticia. De esta manera, la fraternidad, la igualdad y la libertad comienzan a transitar por los predios de las operaciones del mercado de identidades, en donde un caraqueño y un madrileño son en términos simbólicos y de aspiraciones, más o menos lo mismo.

Se entiende que la incertidumbre genera miedo, y eso, en el mercado de valores es un signo de desestabilización, por lo que no es difícil entender que lo que la globalización financiera necesita es uniformar los gustos y saberes, que permitan penetrar fácilmente en el consumidor promedio.

Frente a estos escenarios, en Venezuela y a partir de una política de Estado, se decidió hacer las cosas al estilo del modelo paradigmático propuesto por Peter Golding en su Global Village or Cultural Pillaje?5,“de forma diferente”, hablando de los medios bajo el control local y democrático, y poniendo de relieve la frase del escritor portugués Fernando Pessoa: “si quieres ser universal, primero cántale a tu aldea”, por supuesto, granjeándose la enemistad y la campaña cotidiana orquestada desde los grandes medios y los hilos de poder que los sustentan.

Citas:

  • 1.- QUIRÓS, F. 1998. Estructura internacional de la información. Madrid, Síntesis, Págs. 34-35.

  • 2.- LEMOINE, Maurice. Laboratorios de la mentira. Le Monde diplomatique. No. 31: p. 9, agosto de 2002. Edición española.

  • 3.- MARÍ, Víctor (ed.). 2004. La Red es de todos. Cuando los movimientos sociales se apropian de la Red. Madrid, editorial popular, 277 pp.

  • 4.- RAMONET, Ignacio. 2004. Guerras del siglo XXI. El imperio contra Irak. Barcelona, Debolsillo, 218 pp.


  • 5.- GOLDING, Peter. Global Village or Cultural Pillage? The Unequal Inheritance of the Communications Revolution. Madrid, Síntesis, Págs. 34-35.



  • Artículo de opinion de Marlon Zambrano colaborador de Lazos Rotos

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