Víctor Jara. Estadio Chile, Septiembre de 1973. [in memoriam]
Por una cruel paradoja de la vida, el mismo estadio que viera triunfar tantas a veces a Víctor y donde obtuviera el primer premio del Primer festival de la nueva canción Chilena con 'Plegaria a un labrador', fue transformado en sitio de tortura y muerte, en el que miles de chilenos padecieron los rigores del fascismo.
Las últimas horas de vida de Victor Jara. Ha sido bastante difícil recopilar la información necesaria como para saber que fue lo que le paso a Víctor Jara esa cruenta semana de Septiembre, en 1973, pero finalmente, con un arduo trabajo, Joan Jara ha logrado recoger testimonios de refugiados chilenos en el exilio que compartieron momentos con Víctor y estuvieron con él . Gracias ha esto la viuda del emblemático cantautor nacional ha logrado reconstruir mas o menos lo que tuvo que soportar Víctor en ese período. He aquí una síntesis de lo que Joan dijo en una de sus entevistas:
Cuando la mañana del 11 de Septiembre llegó a la Plaza Italia, Víctor se enteró de que el centro de Santiago estaba acordonado por los militares, por lo que giró al sur por Vicuña Mackenna, dando un amplio rodeo para llegar al campus de La Universidad Técnica, situado al otro lado de la ciudad. Vio movimiento de tanques y tropas y oyó disparos y explosiones pero logró pasar. Debió llegar a la misma hora en que estaban bombardeando el palacio de La Moneda. Desde los edificios universitarios era posible ver los reactores Hawker Hunter y oír los proyectiles que estallaban al caer sobre la Moneda, donde Allende resistía. Después, Victor preocupado por su familia, esperó su turno en una larga cola para llamar a Joan por teléfono. Aquella mañana había cerca de 600 alumnos y profesores de la Universidad Técnica.
El presidente Allende tendría que haber pronunciado allí un importante discurso para anunciar su decisión de celebrar un plebiscito nacional a fin de resolver por medios democráticos el conflicto que amenazaba al país. Debido a que desde las primeras horas de la tarde entraría en vigor el toque de queda, el rector de la Universidad, el doctor Enrique Kerberg negoció con los militares la autorización para que los encerrados en el edificio permanecieran allí toda la noche, por su propia seguridad, hasta que a la mañana siguiente se levantara el toque de queda. Eso fue lo acordado y se dieron ordenes de permanecer en el recinto. Fue entonces cuando Víctor telefoneó a su esposa por segunda vez.
Durante las largas horas de la noche, mientras escuchaban las explosiones y el pesado fuego de ametralladoras que retumbaban por todo el barrio, Víctor intentó levantar la moral de los que lo rodeaban. Cantó y los hizo cantar con él. No tenían armas con que defenderse. Después Víctor intentó dormir un rato en la sala de profesores del viejo edificio de la Escuela de Artes y Oficios. El tableteo de las ametralladoras se prolongó durante toda la noche, algunas personas que intentaron salir de la universidad al amparo de la oscuridad fueron abatidas al acto, pero el ataque en serio sólo comenzó a primeras horas de la mañana siguiente, cuando los tanques dispararon sus cañones pesados contra los edificios, dañando la estructura de algunos, haciendo trizas las ventanas y destruyendo laboratorios, equipos, libros. No hubo disparos de respuesta, pues en el recinto no había armas. Una vez que los soldados entraron en el recinto universitario, procedieron a reunir a todos, incluso al rector, en un amplio patio que normalmente se usaba para practicar deportes. Obligaron a todos a echarse al suelo, con las manos en la nuca, golpeándolos con las culatas de los fusiles y dándoles de patadas.
Víctor estaba con los demás y tal vez fue al salir del edificio cuando se quitó de encima el carnet de identidad, con la esperanza de que no lo reconocieran. Luego de permanecer más de una hora en esa posición, los hicieron formar una fila india y correr, con las manos siempre en la nuca, hasta el Estadio Chile (ahora el actual estadio Victor Jara situado a 6 manzanas de distancia. Por el camino los sometieron a insultos, patadas y golpes. Cuando estaban formados a la puerta del estadio, Víctor fue reconocido por uno de los suboficiales. "Tu eres ese maldito cantante ¿no?", dijo, al tiempo que golpeaba a Víctor en la cabeza, derribándole, y a continuación pateándole el vientre y las costillas. Víctor fue separado del resto mientras entraban en el edificio y destinado a una tribuna especial, reservada para detenidos "importantes" o "peligrosos". Los amigos que le vieron desde lejos recuerdan su amplia sonrisa a pesar de que tenía la cara ensangrentada y una herida en la cabeza. Más tarde lo vieron ovillarse en los asientos, con las manos apretadas bajo las axilas, para protegerse del frío. Otro testigo que aguardaba en el pasillo vio la siguiente escena: Cuando Víctor empujó las puertas para salir al pasillo, casi chocó con un oficial del ejército que parecía ser el segundo jefe del estadio. Era un hombre alto, rubio, evidentemente disfrutaba con el papel que le habían asignado. Algunos detenidos ya le habían apodado "El Príncipe". En el momento en que Víctor casi tropezó con él, el oficial dio muestras de reconocerle, sonrió irónicamente, imitó el acto de tocar la guitarra, rió y a continuación le pasó rápidamente el dedo por el cuello. Víctor permaneció sereno e hizo algún gesto de respuesta, pero el oficial gritó: "¿Qué hace aquí este hijo de puta?". Llamó a los guardias que le acompañaban y añadió: "No permitan que se mueva de aquí. Éste me lo reservo. Después Víctor fue trasladado al sótano, dónde se le ve fugazmente en un pasillo, el mismo en el que con tanta frecuencia había preparado para cantar, ahora cubierto de sangre y tumbado en un suelo cubierto de orina y excrementos.
Por La noche lo devolvieron a la parte principal del estadio y lo dejaron con los demás presos. Apenas podía caminar, tenía la cara y la cabeza ensangrentadas y amoratadas, al parecer le habían roto una costilla y le dolía el vientre, donde le habían pateado. Los amigos le limpiaron la cara y procuraron que estuviera cómodo. Uno de ellos tenía un frasco pequeño de mermelada y algunas galletas. Los compartieron entre tres o cuatro, cogiendo la mermelada con los dedos y chupándoselos hasta que no quedó vestigio alguno. Al día siguiente, viernes 14 de septiembre, los presos fueron divididos en grupos de alrededor de doscientos, preparándolos para trasladarlos a el Estadio Nacional. Fue en ese momento cuando Víctor, ligeramente recuperado, preguntó a sus amigos si alguien tenía lápiz y papel, y comenzó a escribir su ultimo poema...
Canto que mal me sales cuando tengo que cantar espanto. Espanto como el que miro como el que muero, espanto... de verme entre tanto y tantos momentos del infinito, en que el silencio y el grito son las metas de este canto. Lo que veo nunca vi. Lo que he sentido y lo que siento, hará brotar el momento
Algunos de los hechos más horrorosos del golpe militar ocurrieron en el Estadio Chile durante aquellos primeros días, antes de que fuera visitado por la Cruz Roja, Amnistía Internacional y representantes de embajadas extranjeras.. A pesar de los recursos legales y de peticiones de información realizadas por abogados no se ha logrado averiguar el nombre de los oficiales que estuvieron al mando del Estadio Chile Durante días mantuvieron en esas condiciones a miles de prisioneros, prácticamente sin alimentos ni agua, les apuntaban constantemente con focos cegadores, hasta el punto de que perdieron toda noción del tiempo, E incluso del día y de la noche.
Montaron ametralladoras alrededor de todo el estadio y las disparaban intermitentemente contra el techo o so-bre la cabeza de los prisioneros, lanzaban ordenes y amenazas por los altavoces; el jefe era un hombre corpulento y solo divisaron su silueta cuando advirtió que habían apodado sierras de Hitler a las ametralladoras porque podían partir a un hombre por la mitad , y lo harían si era necesario. Llamaban a los prisioneros de uno en uno y les hacían desplazarse de una parte a otra del estadio; era imposible descansar. La gente era golpeada con látigos despiadadamente y a culatazos. Un hombre que ya no pudo soportarlo más, se lanzó al vacío desde lo alto y encontró la muerte entre los prisioneros que estaban abajo. Otros sufrieron ataques de locura y fueron abatidos a balazos a la vista de todos. Víctor garabateaba a toda prisa e intentaba registrar parte del horror al que se estaba dando rienda suelta en Chile, a fin de que el mundo lo supiera...Sólo podía prestar testimonio de su pequeño rincón de la ciudad, donde estaban presas cinco mil personas, e imaginar lo que debía de estar ocurriendo en el resto de su país. Seguramente comprendió el monstruoso nivel de la Operación militar, la precisión con que había sido preparada Pero hasta en ese momento Víctor abrigaba esperanzas respecto al futuro, confiaba en que a largo plazo el pueblo sería más fuerte que las bombas y las metralletas... y al llegar a los últimos versos de su poema-"¡Canto qué mal me sales/cuando tengo que cantar espanto"- para los cuales ya tenía la Música en su interior, lo interrumpieron. Un grupo de guardias fue a buscarlo y le separó de los que estaban a punto de ser trasladados al Estadio Nacional . Le pasó de prisa el papelito a un compañero sentado a su lado y éste, a su vez, lo escondió en el calcetín mientras se lo llevaban. Cada uno de los amigos intentó aprenderse de memoria el poema a medida que era escrito, para sacarlo consigo del estadio. No volvieron a ver a Víctor. A pesar de que muchos fueron trasladados a otros campos de prisioneros, el Estadio Chile seguía lleno a tope pues constantemente llegaban nuevos contingentes de detenidos, tanto hombres como mujeres. Luego fue, una vez más insultado y golpeado, en público; al borde de la histeria y perdido el dominio de sí el oficial apodado "El Príncipe" le gritó "!Canta ahora si puedes, hijo de puta!".
Después de cuatro días de sufrimiento Víctor sonó en el estadio para cantar un verso de "Venceremos", el himno de la unidad Popular. A continuación fue golpeado y evacuado a rastras para someterle a la última etapa de su agonía. El estadio de boxeo se encuentra a pocos metros de la principal línea ferroviaria del Sur, que al salir de Santiago, atraviesa el barrio obrero de San Miguel,. siguiendo la tapia que limita con el cementerio metropolitano. Fue allí donde a primeras horas de la mañana del domingo 16 de septiembre los habitantes de la población encontraron seis cadáveres que yacían en ordenada fila. Todos presentaban espantosas heridas y habían sido baleados con metralletas. Observaron los rostros intentando reconocer los cadáveres y súbitamente una de las mujeres exclamó: "!Este es Víctor Jara!" Era un rostro conocido y querido por ellos. Una de la mujeres incluso había tratado personalmente a Víctor, pues cuando visitó la población para cantar, ella le invitó a Su casa, a comer un plato de porotos. Mientras se preguntaban qué podían hacer apareció una furgoneta. Temerosa, la gente de la población se ocultó tras un muro, pero vio cómo un grupo de hombres vestidos de civil arrastraban los cadáveres tirando de los pies y los arrojaban al interior de la furgoneta. Desde allí el cuerpo de Víctor debió de ser trasladado al depósito municipal con el título de cadáver anónimo, listo para desaparecer en una fosa común, Pero afortunadamente también fue reconocido por una de las personas que trabajaban allí...
Somos cinco mil en esta pequeña parte de la ciudad. Somos cinco mil ¿ Cuántos seremos en total en las ciudades y en todo el país? Solo aquí, 10 mil manos que siembran y hacen andar las fábricas. ¡Cuánta humanidad con hambre, frío, pánico, dolor, presión moral; terror y locura! Seis de los nuestros se perdieron en el espacio de las estrellas.
Un muerto, un golpeado como jamás creí se podría golpear a un ser humano., Los otros cuatro quisieron quitarse todos los temores uno saltando a vacío otro golpeándose la cabeza contra el muro, pero todos con la mirada fija de la muerte. ¿Qué espanto causa el rostro del fascismo! Llevan a calo sus planes con precisión artera sin importarles nada. La sangre para ellos son medallas. La matanza es acto de heroísmo. -¿Es este el mundo que creaste, dios mío?
¿Para esto tus siete días de asombro y de trabajo? En estas cuatro murallas sólo existe un número que no progresa, que lentamente querrá más la muerte. Pero de pronto me golpea la conciencia y veo esta marca sin latido, pero con el pulso de las máquinas y los militares mostrando su rostro de matrona lleno de dulzura. ¿Y México, Cuba y el mundo? ¡Que griten esta ignominia! Somos diez mil manos menos que no producen. ¿Cuántos somos en toda la Patria? La sangre del compañero Presidente golpea más fuerte que bombas y metrallas Así golpeará nuestro puño nuevamente. ¡Canto qué mal me sales cuando tengo que cantar espanto!
Espanto como el que vivo cómo el que muero, espanto. De verme entre tantos y tantos momentos del infinito en qué el silencio y el grito son las metas de éste canto. Lo que veo nunca vi, lo que he sentido y lo que siento hará brotar el momento....
Estadio Chile, Septiembre de 1973"
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