El dedo partido de dios. Agaete. Gran Canaria.
Prensa digital / Canarias7.- Cuando de nuevo nos intentan vender la imagen de un desenterrado Guiniguada a base de maquetas, que luego se semejarán como un humilde a una castaña a lo que finalmente resulte ejecutado, bueno es que recordemos la queja y la denuncia de las muchas personas que en su día se opusieron a tan tremenda salvajada. Meter una autovía, sepultando con asfalto y hormigón el alma de la ciudad. Ello significó sin duda el paso del Rubicón de la agresión al patrimonio natural y cultural en esta ciudad y la Isla entera. Después de un atentado así, todo era y es posible. Una puñalada en pleno centro histórico, que fue aplaudida hasta con las orejas por nuestra clase dirigente, y porqué no decirlo, por una amplia mayoría ciudadana. La misma mayoría que en estos días es capaz de manifestarse por unos kilómetros de autopista, que le ahorrarán unos pocos minutos de carretera, pero que luego aguarda callada, durante meses y años en las listas de espera para una consulta ambulatoria o una intervención quirúrgica.
En el siglo XXI gastaremos miles de millones en tratar de recuperar algo que, simplemente, debimos dejar como estaba. Y que salvo que coloquen unas palmeras de plástico, al final se reducirá a unas explanadas de hormigón con agua encharcada, y el contrapunto del enorme mamotreto en que están convirtiendo el pobre teatro Pérez Galdós. Con el Guiniguada perdimos un referente identitario de la capital y de Gran Canaria entera. Uno más, como esas casas que poco a poco van cayendo en Vegueta, Triana o incluso La Isleta, con el silencio cómplice de los que luego montan tremenda escandalera ajoto del montaje de la Gran Mentira (también llamada Gran Marina) o la fachada del Estadio Insular.
Se ve que en esta tierra de añoranzas, de eternas maguas, nos empeñamos en remedar a la Penélope clásica, en un ejercicio de tejer y destejer, sin saber a ciencia cierta qué es lo que queremos. Y en ocasiones es la madre Naturaleza la que ejerce ese trabajo por nosotros y se ofrece a enseñarnos a los que no queremos aprender. Porque no deja de ser toda una lección que a cuenta de una tormenta tropical, consecuencia del cambio climático que propiciamos con nuestro irracional uso de la energía, se haya perdido otro, uno más, de los referentes que identifican esta tierra. Cambio climático al que los canarios colaboramos generosamente, aumentando sin parar las emisiones contaminantes a la atmósfera, que hasta voladores tiramos cuando comprobamos cómo las ventas de vehículos suben nada menos que un 15% con respecto al pasado año o sube imparable el consumo energético.
Para los creyentes, y para los que no lo sean, no deja de ser un símbolo que todo un tenique al que Fray Lesco, en su ocurrencia, bautizara como Dedo de Dios, se venga al suelo. Para los que no lo somos, la sabia Naturaleza, que en su paciencia creativa, fue capaz de modelar ese icono que era el Roque Partido, nombre original de la singular roca de la costa de Agaete, consideró que ya habíamos disfrutado bastante con su observación y no nos merecíamos semejante regalo. Ante ello, resulta un cruel sarcasmo que algunos hagan alusión a la pérdida de la identidad, y en su falta de ignorancia lleguen a plantear incluso la reconstrucción del perdido índice lítico.
Cabe preguntar dónde está esa identidad, cuando se dejó sepultar el horizonte marino de Agaete con un monstruoso dique de hormigón, o tierra adentro, se convierten las ayer feraces fincas en solares donde crecen los adosados. Donde las soberbias palmeras canarias son derribadas por la ignorante codicia, con la cómplice anuencia de los poderes públicos. Donde un hermoso Huerto de las Flores se deja morir en su abandono. Cuando la palabra cultura pierde su significado, para convertirse en una amalgama de populismo hortera. Aquí que la identidad se traduce en apenas poco más que unas papas con mojo y unos disfraces de maúro, tienen gandingas que unos cuantos suelten lágrimas de cocodrilo por la pérdida de un símbolo de nuestra identidad. Los mismos que verían con buenos ojos al Roque Nublo convertido en una rotonda, y todo llegará, seguro, son los que ahora lloran, y hasta pretenden reconstruir lo que la Naturaleza, en su sano juicio, ha decidido que no debíamos seguir disfrutando por más tiempo.
Rubén Naranjo
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