Miedo me da el Artículo 8º.
Paco Déniz / Artículos de opinión.- El almendrero de Nicolás. En aquellos tiempos dijo Felipe a sus discípulos: el ejército se ha democratizado, el golpismo ha caducado, los militares son progresistas y están a servicio de la democracia y la paz. Ya no tenía sentido que la izquierda desconfiara de la jerarquía militar. En aquellos tiempos también se decía que no había pelotones de castigo para rojos separatistas, pero a mí mi llevaron a uno. Se dijo también, que la monarquía nos salvó de Tejero, porque el Rey salió a las tantas de la madrugada a decirnos que no había problema. Pero yo siempre me pregunté por qué no salió a las seis de la tarde. Para cuando salió ya había escondido todas mis ilusiones en la cueva de las papas de mi abuela. A las tantas de la madrugada entendí que todo estaba arreglado. Pero ¿Qué es lo que se arregló? Que muchos militares golpistas pasaron a la reserva con su sueldo y prestigios intactos, que se creó el mando para la unificación de la lucha antiterrorista y que entramos en la OTAN de cabeza. Y que los socialdemócratas y eurocomunistas, junto con las revistas del corazón, comenzaron a hacer apología del Rey y su firmeza. Luego, todos los intelectuales socialdemócratas publicaron su particular visión de la inmaculada transición. Y nosotros quedamos como el separatismo rojo trasnochado. Y llegó el tecno-pop, la movida madrileña y la quinta del buitre, y fuimos eurodemócratas. Con la socialdemocracia infiltrada en el nuevo funcionariado de estado, los militares eran más que yeyes; eran progresistas. Pero viví la llegada de los jóvenes tenientes de academia. Cuando nos tocó camuflar el tanque en unas maniobras en Chinchilla, mi teniente pintó con barro la cruz gamada. Y era jovencito. Pibitos eran los legionarios que atemorizaban maxorata, y que después llevaron la paz por el mundo. En los cuarteles de los ochenta colgaba el discurso de Franco en los pasillos, y los militares vivían de gratis y ponían a trabajar en sus casas a soldados, y a servirles las mesas, y a pasearlos en el tanque con sus novias los domingos por la tarde. En fin, cuando salí de la mili tuve que ir los siguientes tres meses a firmar la cartilla. Me costó tanto que me dieran la blanca, les cogí tanto miedo a los militares progresistas, que cuando se inició el movimiento de objeción de conciencia a mediados de los 80 en Canarias, me pidieron la cartilla para quemarla delante de capitanía, y no se las di. Les dije lo que me había dicho mi padre la noche en que me llevaron: ten cuidado con esa gente, que no son como tú. Todavía la guardo por si acaso. No vaya a ser que un día me la pidan y me vuelvan a meter para adentro. Aunque yo, como Mena, ya estoy en la reserva.
Así que, por más que digan desde palacio y desde algunas tertulias, el asuntito del general José Mena y sus seguidores no es una rareza sociológica dentro de los cuarteles. La cadena de mando militar es una familia, tiene sus códigos y, sobre todo, tiene amarraditos sus mecanismos de reproducción. Es algo sanguíneo, una herencia del otro bando, y la unidad patria su gran misión. Si en el estado no hubo ruptura democrática, en los cuarteles no hubo ni transición. Y son constitucionales porque el artículo 8º así lo indica. Por eso hice campaña por la abstención cuando la constitución del 78. Por eso, y por más cosas, fui a aquel pelotón de castigo a hacer un estudio sociológico del mundo hispánico predemocrático. Por eso me da risa cuando algunos dicen que los nombres franquistas de las calles de Santa Cruz y el pendón de la conquista son patrimonio histórico. Por eso las misiones de paz me producen incredulidad.
Paco Déniz
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