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Lazos Rotos

Documento íntegro, aprobado en el IX Encuentro de Solidaridad con Cuba (Las Palmas de Gran Canaria, 13-16 de abril de 2006). El movimiento de solidaridad trabajará para avanzar hacia un modelo justo, solidario e internacionalista.

Medios alternativos / Rebelión.- El estado actual del neoliberalismo. Hasta llegar a este IX Encuentro de Solidaridad con Cuba, son muchos los acontecimientos que se pueden haber repasado y sobre los que todas las organizaciones, los colectivos y también todos los compañeros y compañeras que trabajan en este campo, habremos discutido.

47 años después del triunfo de la Revolución, Cuba, su Gobierno, su modelo económico y social, su mundo, comparable a otros y siempre mejor, su entrega al progreso de la humanidad y su desarrollo interno, siguen siendo la guía y, más aún, el impulso para los que trabajamos en la confianza de que otro mundo sí es posible.

Sin embargo, en los dos años transcurridos desde el VIII Encuentro celebrado en Vilanova i la Geltrú, algo fundamental ha cambiado. En este tiempo, la autenticidad del proyecto cubano se ha estado midiendo, no con el enemigo todopoderoso asumido hasta ese momento, sino con otro bien distinto; uno cada vez más desnudo, cada vez más despojado de la fuerza que le daban sus mentiras, cada vez más puesto contra las cuerdas por su propia barbarie.

El imperialismo capitalista nos ha abierto la inmundicia de sus cloacas. Ya no valen como argumentos los apabullantes datos de la macroeconomía o las fluctuaciones al alza de los mercados financieros internacionales como resultado de la especulación bastarda de una parte del mundo sobre la otra.

Por el contrario, lo que resuena en la memoria acumulada de los ciudadanos de cualquier país son las cifras de los diez mil muertos (la mayoría negros y pobres) de los Estados norteamericanos de Nueva Orleans, Luissiana y Missisipi después de que el huracán katrina atracara en sus costas o la de las 100 mil vidas de civiles que se ha cobrado ya la guerra ilegal que los Estados Unidos y sus aliados europeos le impusieron al pueblo de Irak (mintiendo sobre la existencia y peligrosidad de sus ADM).

Las conciencias de hombres y mujeres se van despertando porque no pueden dormirse más. Es probable que los vuelos de la CIA, conocidos, identificados y silenciados en los aeropuertos españoles o alemanes, hayan hecho más ruido del que se esperaba mientras llevaban a quién sabe cuántos activistas políticos anónimos a ser torturados en las cárceles secretas que el imperio, encarnado por los Estados Unidos y bien protegido por las potencias europeas, mantiene en los países del Este, como si torturar o matar fuera del territorio nacional significara un eximente de la legalidad.

De la misma manera, resuenan los ecos del hartazgo de la población francesa que se lanzó a la calle a quemar los símbolos de un sistema que les usa como meros objetos, les hace pagar impuestos, trabajar y producir, pero les niega sus derechos más elementales. Son los hijos y nietos de los inmigrantes que la colonización obligó a salir de los continentes asiático o africano blandiendo las espadas del saqueo y del expolio. Son, junto a la población obligada a emigrar, el eslabón más débil del juego perverso de la economía neoliberal.

Lo son tanto como el creciente número de españoles que vive bajo el umbral de la pobreza en este país.

Los datos pueden parecer fríos pero la realidad es que no lo son; hay gente detrás de los números. Por eso, lo que en estos dos años ha pasado a ser una evidencia clara es que el sistema económico y social capitalista que sirve al imperialismo, no sirve para la gente y, además, nunca va a servir porque el desarrollo de su naturaleza es opuesto al ser humano.

En ese tiempo, una verdad, conocida y estudiada por algunos, se ha convertido en un grito sordo al que muchos millones de personas atienden porque proviene del mundo desarrollado, de ese primer mundo que hasta ahora parecía intocable ante los que se pensaba eran rasgos inherentes al subdesarrollo.

El desprecio que los países capitalistas han hecho del medio ambiente, provocando la desertización del planeta y el calentamiento de las aguas fue la causa última de que el huracán Katrina tocara las entrañas de los Estados Unidos y mostrara al resto del mundo lo que había dentro de ellas. Este es un caso que nos obliga a frenar este modelo de desarrollo y a redefinir el concepto de desarrollo y bienestar.

Entonces se vio que la mayor potencia del mundo reproduce dentro de sus fronteras los esquemas de quiebra y marginación que exporta. El gigante del Norte descalzó sus pies de barro poniendo en imágenes no sólo la fractura abismal de la sociedad que ha construido y el desinterés absoluto por la protección de sus ciudadanos, sino la incapacidad del Gobierno para resolver con recursos propios los estragos que un desastre natural podía causar a su población.

Pese a que era algo aparentemente asumido, lo que se pudo comprobar, en esos días de octubre, es que el abismo entre negros y blancos, entre ricos y pobres en los Estados Unidos es, no sólo profundo, sino trágico.

La prepotencia de un país cuyo gobierno impone guerras y se apropia de las reservas naturales de gran parte mundo, tiene 60 millones de pobres caminando por sus calles, no hace nada para que 46 millones de sus ciudadanos tengan una mínima cobertura de seguridad social y, por supuesto, tampoco para evitar que la consecuencia directa de este hecho sea la muerte prematura de 18 mil estadounidenses al año (más de la mitad de ellos negros).

La lección que el mundo aprendió del Katrina es que el desastre no lo causó la furia de la naturaleza, fue el resultado de la ambición desmesurada y violenta del imperialismo.

En nuestro entorno, las cosas no son muy distintas; las entrañas de Europa también están infectadas. Si bien en Estados Unidos, desde que Bush alcanzara la presidencia del Gobierno, el número de personas que han perdido su empleo ha aumentado en varios millones (tres de ellos son ciudadanos de raza negra), en Europa la tendencia apunta a la flexibilización del despido, a la desprotección de los trabajadores y la sumisión de estos a condiciones abusivas en sus contratos.

Eso es lo que puede leerse entre líneas en el texto de la Constitución Europea sometida a referéndum en varios países de la Unión, rechazada significativamente por Francia y Holanda y aprobada, con un 60% de abstención, por los votantes del Estado español.

La Carta Magna de Europa, por favorecer la creación de un bloque capaz de enfrentarse a los Estados Unidos en la competencia por un Mercado único global, sigue a pies juntillas las normas impuestas por el modelo capitalista de relaciones socio-políticas.

En base a ello, el Tratado expone, una tras otra, las líneas maestras de la liberalización de la economía; esto es, deslocalización industrial y de servicios (representada por la directiva Bolkestein), recorte de programas sociales y criminalización de los conflictos sociales.

Al tiempo, todas estas medidas figuran enmarcadas, como no podía ser menos, en la traslación europea del modelo estadounidense, en un contexto de política armamentista y de seguridad que se traduce en el aumento de las partidas presupuestarias destinadas a gastos militares, el apoyo a las declaraciones de guerras preventivas y, también en la generalización de conceptos belicistas en la vida cotidiana. La inmigración se asocia interesadamente a la delincuencia o al terrorismo y por tanto hay que combatirla, castigarla, sin que quede ningún espacio para el análisis de las causas que la provocan. El papel de los medios de comunicación, al servicio de las clases dominantes es fundamental en la creación de los estados de opinión que garantizan el sostenimiento de la ideología y las políticas neoliberales.

El caso del Estado Español es un fiel reflejo del panorama esbozado anteriormente. Tras 20 años de su incorporación como miembro de pleno derecho de la Unión Europea y, por tanto, de la puesta en práctica de las políticas clásicas del capitalismo ascendente en esa etapa, los ciudadanos del Estado Español se debaten en medio de fuertes injusticias sociales. El abaratamiento del despido, las contrataciones precarias y, la subsiguiente inestabilidad en el empleo, la terciarización de la economía, son moneda de cambio habitual de un modelo que favorece la privatización de los servicios públicos (escandalosa cuando afecta al sector sanitario o educativo), las ventajas fiscales para los empresarios (a costa de un incremento de los impuestos indirectos) y el aumento incontrolado de los precios basado en un sistema de intercambio profundamente especulativo.

Podemos concluir que el capitalismo, en su fase actual de desarrollo, para mantener la tasa de ganancia agudiza las contradicciones hasta extremos insoportables, como única salida que encuentra para sobrevivir [...]

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