El Gobierno nazi de Israel.
Oriente Medio / Webislam.- José Girón Garrote*. O debemos callar. Callar es de cobardes o, peor aún, de cómplices. Tenemos la obligación moral de levantar la voz y gritar a los cuatro vientos ¡basta ya! y también la de tomar la pluma y escribir unas páginas para denunciar, ante la opinión pública, al Gobierno nazi de Israel.
Hace un mes, el Ejército del Estado de Israel invadió un país soberano. Durante 30 días, uno de los ejércitos más modernos y mejor equipados del mundo utiliza sus aviones F-16, helicópteros «Apache», tanques «Merkava», artillería y buques, para bombardear infraestructuras (puentes, carreteras, centrales eléctricas, etcétera), y edificios de viviendas, escuelas, comercios, gasolineras, industrias civiles. No sólo destruye un país, sino que, además, asesina a la población civil. Hasta el momento de escribir estas líneas se contabilizan más de un millar de muertos civiles. Según la Carta de las Naciones Unidas, se trata de una violación flagrante de la legalidad internacional.
El Gobierno de Israel, presidido por Ehud Olmert, el nuevo nazi, invade Líbano, y la comunidad internacional celebra múltiples reuniones, los líderes de la UE hablan y hablan, pero son incapaces de frenar la maquinaria agresora y asesina del Estado de Israel.
No es la primera vez que expongo mi opinión sobre este tema. Tengo escritos y publicados artículos denunciando el terrorismo de Estado que practican los sucesivos gobiernos israelíes, de todos los colores políticos, sobre el pueblo palestino. La política de tierra quemada, la demolición de sus viviendas, el robo de sus tierras, la destrucción de sus sembrados, las detenciones arbitrarias de miles de sus jóvenes, el frío asesinato de centenares de niños y, para remate, la construcción del nuevo Muro de la Vergüenza (¡y pensar que el de Berlín se derribó hace 17 años!).
La excusa que utiliza el Gobierno nazi de Israel para justificar la invasión de Líbano y los asesinatos de palestinos en Gaza es el secuestro de dos soldados judíos, dos. Pero no debemos olvidar que desde hace décadas se pudren en cárceles israelíes miles y miles de palestinos detenidos de forma arbitraria por las fuerzas de ocupación hebreas en los territorios de Gaza y Cisjordania. Baste recordar que, según datos del Mandela Institute for Political Prisoners, en 1994 los detenidos palestinos llegaban a la cifra de 11.600, y la gran mayoría de ellos por el procedimiento de la «detención administrativa», por el cual los palestinos son encarcelados sin cargos y pueden permanecer en la cárcel sin juicio sine die. Durante las dos Intifadas, el Ejército de ocupación israelí detuvo a más de 100.000 personas de edades comprendidas entre los 15 y 60 años, quienes después de pasar en las cárceles varios años, en condiciones infrahumanas, fueron puestos en libertad sin cargos. Y luego algunos hablan de la supuesta «democracia» del Estado de Israel. Es, en realidad, un sistema político y judicial muy peculiar, alejado de los parámetros de democracia conforme se entiende en la vieja Europa.
Si a los miles de detenidos sin procedimiento judicial se añade que los árabes-israelíes son ciudadanos de «segunda categoría», la construcción del Muro de la Vergüenza y los reiterados incumplimientos de las resoluciones del Concejo de Seguridad de Naciones Unidas, se comprende que, en noviembre de 2003, el 59% de la población de la Unión Europea pensaba que Israel era «el primer peligro para la paz en el mundo», según datos del Eurobarómetro.
Desde hace un mes el Gobierno de Olmert, digno sucesor del criminal de guerra Sharon, vulnera el derecho internacional, tanto la Carta de Naciones Unidas como varios artículos de la Convención de Ginebra relativos a la protección de civiles. La lista de barbaridades llenaría varias páginas. Pisotea la soberanía y las fronteras internacionales del Estado de Líbano.
Detiene a 23 parlamentarios palestinos, a 8 ministros de la Autoridad Nacional Palestina y al presidente del Parlamento. Una extraña forma de entender el Estado de derecho.
Ataca con misiles un puesto de vigilancia de la FPNUL y asesina a cuatro soldados desarmados de la ONU. El secretario general de la ONU, Kofi Annan, califica el suceso de «trágico asesinato», y la ministra de Exteriores del Gobierno judío-nazi, Tzipi Livni, de «desafortunado incidente».
Una semana después de comenzar la agresión, el Gobierno libanés denunció que la aviación israelí estaba empleando bombas de fósforo blanco, que están prohibidas expresamente por la legislación internacional.
En un solo día, 26 de julio, el Ejército israelí causa 23 muertos y 76 heridos, de ellos 16 muy graves, en su ofensiva en el norte de Gaza. Los tanques apoyaron el trabajo de las excavadoras que arrasaron huertos e invernaderos, con la evidente intención de matar por hambre a la población palestina. Como es habitual, la excusa fue matar terroristas, pero por «efecto colateral», mataron a una niña de 5 años, a otra de 3 años y a su hermano de 8 meses. Seguramente que los judíos-nazis consideran que asesinar niños es una acción piadosa, pues así evitan matarlos de mayores cuando se conviertan en terroristas.
Ataca la central eléctrica de Jieh, a 30 kilómetros de Beirut, y provoca que 30.000 toneladas de aceite combustible, con sustancias altamente tóxicas como benceno, tolueno y benzopirenos, se derramen en el mar, ocasionando una catástrofe medioambiental.
El 30 de julio, un misil hebreo impacta contra un edificio de apartamentos de cuatro plantas en la ciudad de Qana, la bíblica Caná, causando la muerte de 56 personas, de ellas 27 niños, desatando «la ira mundial contra Israel» como titulaba en portada «El País» (31/7/06). No es la primera vez que Qana sufre la agresión de Israel. El 18 de abril de 1996, los ataques del Ejército judío provocaron la masacre de 102 civiles en el campo de refugiados palestinos supuestamente protegido por la ONU.
Desde hace dos semanas, el Tsahal impide llegar la ayuda humanitaria de la Cruz Roja a las víctimas libanesas que se encuentran sin agua, sin víveres, ni medicinas. Ni las ambulancias, ni los coches de Bomberos pueden circular. Los heridos de los bombardeos mueren por la imposibilidad de transportarlos a los hospitales. No existe ejemplo de mayor crueldad, lo que demuestra el carácter nazi del Gobierno de Israel.
Y en los últimos días inicia los ataques contra los campos de refugiados palestinos en Líbano (de los 12 existentes, el mayor es Ain Helu, donde sobreviven 70.000 personas gracias a la ayuda internacional), para continuar con el genocidio del pueblo palestino.
Las imágenes que nos ofrece todos los días la televisión son estremecedoras. Asimismo, los relatos periodísticos son impresionantes (véanse las excelentes crónicas desde Beirut de Tomás Alcoverro, corresponsal de «La Vanguardia»).
A ello debemos añadir el reiterado incumplimiento de decenas de resoluciones de la ONU durante medio siglo, cerca de sesenta. Los gobiernos de Israel, cualquiera que sea su color político, se han mofado de la comunidad internacional con absoluta impunidad, gracias al apoyo incondicional de los Estados Unidos.
Un artículo periodístico no tiene espacio para hacer historia. Sin embargo, recordemos las matanzas de los campos de refugiados de Sabra y Chatila, cuando en 1982, entre 2.000 y 3.000 palestinos civiles fueron masacrados por orden del general judío-nazi Ariel Sharon, los miles de asesinados durante las dos Intifadas, de ellos varios cientos de niños, o el envenenamiento del presidente Yasser Arafat. Todo ello nos lleva a afirmar que el objetivo último de todos los gobiernos del Estado de Israel ha sido el genocidio del pueblo palestino.
Desde hace un mes, el Estado de Israel bombardea y destruye dos países. Sin duda, Israel tiene derecho a defenderse de los ataques de Hezbolá. Sin embargo, no le da derecho a cometer la carnicería de asesinar a más de 1.000 civiles libaneses y más de 250 civiles palestinos. En esta guerra asimétrica, los cohetes de los milicianos de Hezbolá han causado 37 víctimas judías. No deseo entrar en una guerra de cifras, pero, como afirma Eduardo Galeano, ¿hasta cuándo seguirá valiendo 10 veces más la vida de cada israelí?» («El Mundo», 1/8/06). Se queda corto el escritor uruguayo, pues la relación es de 1 a 30.
Una vez más, como siempre, los que condenamos las atrocidades de Israel somos acusados por los sionistas como antisemitas. Desde la gloriosa revolución liberal burguesa de 1789, el derecho a la libertad de expresión es sagrada, pero el movimiento sionista desearía establecer una rígida censura para evitar que el Gobierno judío-nazi de Israel sea condenado. Pobres diablos. Su maldad les impide ver que ahora los nuevos nazis son ellos y que al horror de Auschwitz, Treblinka, y Sobibor, hay que añadir los nombres de Sabra, Chatila, y Qana, entre otros. Los ciudadanos que defendemos los valores liberales, los derechos humanos, y el respeto a la legalidad internacional, por encima, de cualquier ideología, religión, nacionalidad o etnia, tenemos la obligación de condenar el horror alemán-nazi sobre los judíos, y también el israelí-nazi sobre los palestinos. Todo lo demás son palabrerías huecas, monsergas y falacias.
Razón tiene José Saramago cuando afirma que «mientras haya un palestino vivo, el holocausto continúa».
*José Girón Garrote es profesor titular de Historia Contemporánea de la Universidad de Oviedo.
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ANTONIO -
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