Esto es la leche. Reflexiones.
Reproducimos a continuación este interesante artículo que se puede leer en Yamato, sobre la alimentación, sobre lo que nos venden y comemos, redactado con sutil humor, pero al mismo tiempo analizando algunas de las "tretas" que se utilizan para vendernos un producto, como por ejemplo leche con sabor a leche.
Parece ser que, hace unos años, las autoridades de Nueva Zelanda tuvieron la ocurrencia de prohibir que los supermercados vendieran leche. Quiero decir leche a secas; podían vender leche con sabores añadidos (leche con sabor a chocolate, a fresa, a vainilla...), pero leche sola no. Por lo visto, la idea era proteger a las lecherías de la competencia de los supermercados. Y como suele ocurrir cuando a los legisladores se les ocurre una idea genial, no funcionó: los supermercados añadieron un poco de leche en polvo a la leche y se pusieron a venderla como, ¿adivinan? leche con sabor a leche. Así que poco después las autoridades decidieron que ya les habían tomado el pelo lo suficiente, y derogaron la prohibición.
En nuestro país a nadie se le ha ocurrido aún semejante cosa (y eso que algunas de las ideas con las que nos obsequian nuestros ministros son más o menos igual de estrambóticas). De modo que no han sido las leyes del Estado o de las Comunidades Autónomas, sino las más inflexibles leyes del mercado las que han obligado a que un fabricante también haya puesto a la venta la misma novedad: la variedad de leche llamada gran sabor. O sea, que tiene sabor a leche.
Cuando vayan ustedes a la compra, fíjense en las estanterías de los productos lácteos. Leches desnatadas, semidesnatadas, enriquecidas con calcio, con fósforo, con ácido oleico, con soja, con esto y con lo otro... Encontrar un cartón que contenga simplemente leche, leche a la que no le hayan añadido algún potingue (sanísimo, por supuesto), le hayan quitado la grasa, o ambas cosas a la vez, empieza a ser tan difícil como... bueno, como encontrar un yogur que no sea ni griego, ni bio, ni light, ni enriquecido, ni nada más que yogur.
Supongo que algunos de estos aditivos serán incluso útiles. El calcio, por ejemplo, es imprescindible para la formación de los huesos, aunque uno se pregunta cómo es que a la leche, la fuente de calcio por excelencia, hay que añadirle más aún. Pero se ha puesto de moda, hasta el punto de que alguna marca ha tenido que idear una nueva técnica comercial para vendérnoslo: asegurar que se trata de calcio procedente de la leche. Una tontería mayúscula si tenemos en cuenta que el calcio sigue siendo exactamente igual proceda de la fuente que proceda, pero que en estos tiempos en que mucha gente tiende a creer que natural y sano son sinónimos, suena muy bien.
Como lo de la soja. Últimamente la soja viene a ser algo así como el ungüento verde, el mágico producto curalotodo que proporciona salud, bienestar y calidad de vida. Y lo cierto es que la soja tiene excelentes cualidades, pero también contiene sustancias dañinas e incluso tóxicas, así que convendría tomarla con cierta moderación. No sea que dentro de unos años los fabricantes empiecen a vendernos leche con no sé qué cosa que ayuda a reducir los estragos causados por haberse atiborrado de soja.
Aunque claro, a lo mejor para eso sirven los ácidos omega 3 y oleico, que también son una especie de bálsamo de Fierabrás diluido en la leche. O en lo que se tercie, que últimamente los anuncian también en el aceite de las sardinas en lata, en la preparación de alimentos envasados, y hasta creo recordar que en un bronceador. Que debe ser más sano que la leche, bueno, que debe ser sanísimo.
En fin, que gracias a las mil y unas variedades de leche enriquecida podemos controlar nuestro nivel de colesterol, llevar una dieta equilibrada, completar nuestra dosis diaria de vitaminas y proteínas, y hasta ingerir calcio suficiente para montar una pequeña cantera de mármol. Un panorama idílico que sólo tiene una contrapartida: con tantos mejunjes añadidos, la leche sabe a cualquier cosa menos a leche.
Hasta ahora. Porque gracias a ese fabricante que comentábamos, por fin podremos encontrar en los supermercados leche con sabor a leche. Un invento comercial que seguro que será un gran éxito para la empresa. Porque, imagino, la venderá al precio de las leches enriquecidas. Pero seguramente la producirá por el método más sencillo, natural, elemental y obvio que podamos imaginar: envasando nada más y nada menos que leche. Sin más.
Y es que esto es la leche, vamos.
Parece ser que, hace unos años, las autoridades de Nueva Zelanda tuvieron la ocurrencia de prohibir que los supermercados vendieran leche. Quiero decir leche a secas; podían vender leche con sabores añadidos (leche con sabor a chocolate, a fresa, a vainilla...), pero leche sola no. Por lo visto, la idea era proteger a las lecherías de la competencia de los supermercados. Y como suele ocurrir cuando a los legisladores se les ocurre una idea genial, no funcionó: los supermercados añadieron un poco de leche en polvo a la leche y se pusieron a venderla como, ¿adivinan? leche con sabor a leche. Así que poco después las autoridades decidieron que ya les habían tomado el pelo lo suficiente, y derogaron la prohibición.
En nuestro país a nadie se le ha ocurrido aún semejante cosa (y eso que algunas de las ideas con las que nos obsequian nuestros ministros son más o menos igual de estrambóticas). De modo que no han sido las leyes del Estado o de las Comunidades Autónomas, sino las más inflexibles leyes del mercado las que han obligado a que un fabricante también haya puesto a la venta la misma novedad: la variedad de leche llamada gran sabor. O sea, que tiene sabor a leche.
Cuando vayan ustedes a la compra, fíjense en las estanterías de los productos lácteos. Leches desnatadas, semidesnatadas, enriquecidas con calcio, con fósforo, con ácido oleico, con soja, con esto y con lo otro... Encontrar un cartón que contenga simplemente leche, leche a la que no le hayan añadido algún potingue (sanísimo, por supuesto), le hayan quitado la grasa, o ambas cosas a la vez, empieza a ser tan difícil como... bueno, como encontrar un yogur que no sea ni griego, ni bio, ni light, ni enriquecido, ni nada más que yogur.
Supongo que algunos de estos aditivos serán incluso útiles. El calcio, por ejemplo, es imprescindible para la formación de los huesos, aunque uno se pregunta cómo es que a la leche, la fuente de calcio por excelencia, hay que añadirle más aún. Pero se ha puesto de moda, hasta el punto de que alguna marca ha tenido que idear una nueva técnica comercial para vendérnoslo: asegurar que se trata de calcio procedente de la leche. Una tontería mayúscula si tenemos en cuenta que el calcio sigue siendo exactamente igual proceda de la fuente que proceda, pero que en estos tiempos en que mucha gente tiende a creer que natural y sano son sinónimos, suena muy bien.
Como lo de la soja. Últimamente la soja viene a ser algo así como el ungüento verde, el mágico producto curalotodo que proporciona salud, bienestar y calidad de vida. Y lo cierto es que la soja tiene excelentes cualidades, pero también contiene sustancias dañinas e incluso tóxicas, así que convendría tomarla con cierta moderación. No sea que dentro de unos años los fabricantes empiecen a vendernos leche con no sé qué cosa que ayuda a reducir los estragos causados por haberse atiborrado de soja.
Aunque claro, a lo mejor para eso sirven los ácidos omega 3 y oleico, que también son una especie de bálsamo de Fierabrás diluido en la leche. O en lo que se tercie, que últimamente los anuncian también en el aceite de las sardinas en lata, en la preparación de alimentos envasados, y hasta creo recordar que en un bronceador. Que debe ser más sano que la leche, bueno, que debe ser sanísimo.
En fin, que gracias a las mil y unas variedades de leche enriquecida podemos controlar nuestro nivel de colesterol, llevar una dieta equilibrada, completar nuestra dosis diaria de vitaminas y proteínas, y hasta ingerir calcio suficiente para montar una pequeña cantera de mármol. Un panorama idílico que sólo tiene una contrapartida: con tantos mejunjes añadidos, la leche sabe a cualquier cosa menos a leche.
Hasta ahora. Porque gracias a ese fabricante que comentábamos, por fin podremos encontrar en los supermercados leche con sabor a leche. Un invento comercial que seguro que será un gran éxito para la empresa. Porque, imagino, la venderá al precio de las leches enriquecidas. Pero seguramente la producirá por el método más sencillo, natural, elemental y obvio que podamos imaginar: envasando nada más y nada menos que leche. Sin más.
Y es que esto es la leche, vamos.
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