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Lazos Rotos

Fascismo: semejanzas imperiales.

Luis Jesús González / Trabajadores Cuba.- A 61 años de distancia, las enseñanzas de la Segunda Guerra Mundial confirman la naturaleza agresiva del imperialismo y los altos costos de la supuesta predestinación de las superpotencias. Aunque las esperanzas de millones de hombres y mujeres parecían suficientes para asegurar un futuro de paz, poco después de apagarse el eco de los combates de la Segunda Guerra Mundial, un joven imperio emprendía, con idénticas aspiraciones de superioridad, el camino de sus antecesores.

Entre las cenizas de una conflagración que abarcó tres continentes y la pérdida de más de 50 millones de vidas, el imperialismo norteamericano emergía indemne del conflicto y transformado en la principal economía del planeta, pero, al mismo tiempo, condicionado a convertir el armamentismo y la guerra en las bases de su posición hegemónica.

A pesar de las tradicionales justificaciones que intentan restringir el surgimiento del fascismo a un fenómeno europeo, los acontecimientos a lo largo de seis décadas se han encargado de desmentir semejante aseveración.

Expresión violenta y represiva del capitalismo en crisis, el fascismo es patrimonio de un modelo, cuyas concepciones excluyentes descansan en excesos nacionalistas y exacerbación de falsos valores patrióticos, de ahí las reiteradas semejanzas entre las condiciones que propiciaron su surgimiento en Europa y la actual política del gobierno de los Estados Unidos.

El fortalecimiento de un movimiento conservador, cuyas bases descansan en la necesidad de perpetuarse como superpotencia militar, establecer el control absoluto de las fuentes de energía y evitar que surjan grandes rivales, caracteriza el escenario político norteamericano de inicios del siglo XXI.

Las grandes transnacionales, convertidas en grupos de poder determinante, trasladan sus altos ejecutivos a la arena política, razón por la que grandes compañías petroleras, como la texana Halliburton o United Defense, dedicadas a la producción de armamentos, colocan en la Casa Blanca a figuras determinantes como el vicepresidente, Dick Cheney, o el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld.

Mientras, en el plano teórico, el Proyecto del Nuevo Siglo Americano se torna equivalente actual al Meim Kampf, de Adolfo Hitler, y plataforma política de la administración Bush, y el lugar de las minorías exterminadas por millones en campos de concentración, es ocupado por árabes masacrados o inmigrantes latinos condenados a la persecución o el hambre.

A seis decenios de distancia, todavía resultan sorprendentes los métodos empleados por el fascismo alemán para enviar a una guerra de conquista a uno de los pueblos más cultos de Europa, situación repetida hasta el momento por las campañas bélicas de Washington en Afganistán e Iraq.

El lugar del peligro judío y la propagación comunista empleado contra la sociedad alemana de entonces es ocupado hoy por la supuesta amenaza terrorista, capaz de suscitar estado de histeria colectiva mediante la acción mediática, lo que ha llevado a que no falten los que equiparen el incendio provocado del Reichstag de Berlín, en 1933, con el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre del 2001.

A lo largo de los últimos años, millones de dólares de los contribuyentes norteamericanos han terminado en la cuenta de oscuros personajes, como el iraquí Ahmed Chalabi, condenado a 22 años por un tribunal jordano por 31 cargos de fraude bancario, práctica frecuente en la comunidad de inteligencia norteamericana, empeñada en convertir delincuentes en supuestos “luchadores”.

Interesados en aplicar sus postulados teóricos sin reparar en las lecciones de la historia, las técnicas de los agresores coinciden en crueldad y alevosía, con la diferencia de que mientras el régimen nazi definía sus crímenes contra judíos, gitanos o eslavos como “limpieza étnica”, las tropas de Estados Unidos clasifican sus masacres como “operaciones antiterroristas”.

Después de 61 años, las víctimas de Faluya superan las de la aldea checa de Lídice. El empleo de uranio empobrecido o fósforo blanco compite en efectividad con el gas Zyklon B y los campos de prisioneros de Abu Grhaib, Guantánamo u otros centros de detenciones repiten las criminales enseñanzas de Auschwitz, Treblinka o Dachau, confirmación plena de que los caminos hacia la hegemonía imperial están manchados de sangre.

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