Meteoritos.
Elia, mi muy mística mujer, me insta a creer en los Reyes Magos con cierta fe ciega, a pesar de las evidencias que me obligan a desmontar dicha certidumbre. Ella, con sus dulces maneras, intenta convencerme de que los misioneros de oriente vienen de un territorio inmaterial, que se hace tierra firme en un espacio del subconsciente al que con el paso del tiempo he empezado a tenerle manía.
Aún así me esfuerzo en creer que de verdad fueron los Reyes los que en enero del año pasado en la madrugada me dejaron una perfume y un boli dentro de mis zapatos. Nunca le diré, para no desalentarla, que entre el sueño y la conciencia juro haberla visto avanzar agachada por la habitación con dos paquetes envueltos en papel de regalo como a la media noche. Pero, ¿y si en verdad no era Elia?
¿Y si en realidad las cosas no son lo que parecen? Por ejemplo, ese mismo Día de Reyes cientos de españolitos vieron atravesar el cielo peninsular, de oeste a este, una estela plateada que se multiplicó en varios trozos y se desvaneció entre el fuego y el humo antes de llegar a tierra. Hay pruebas: fotos, vídeos, testimonios serios, y todo lo concerniente a la comprobación empírica de los hechos inexplicables, lo que entre otras cosas nos ha ido arrebatando, con el paso del tiempo, los misterios del cosmos. Es así como se habla de un meteorito desmembrado por la atmósfera y que de seguro se hizo polvo antes de tocar tierra.
Las explicaciones científicas son válidas, y esas son las que hay que creer porque a fin de cuentas conforman lo que los estadistas llaman la versión oficial, la que se machacará hasta el cansancio en los medios de comunicación, la que todos los bienpensantes enarbolarán en cualquier discusión de esquina, la que deberás expresar para integrar ese selecto grupo de ciudadanos de frases políticamente correctas; la verdad unívoca que mató a Cristo, infamó a Galileo, envenenó a Sócrates, y un etcétera infinito que incluso usted mismo, querido lector, puede ampliar con la anécdota más cercana a su manzana.
Quizás entonces son casuales y hasta malintencionadas las versiones alternativas, como que, por ejemplo, esa luz que engalanó la tarde española se abrió paso desde Santiago de Compostela, la tierra donde reposan los restos del Apóstol mártir y que el año pasado reeditaba el Jubileo, por lo cual los que en esas fechas peregrinaron hasta la bella ciudad gallega y atravesaron el Pórtico de la Gloria de su Catedral, obtuvieron indulgencia plenaria para todos sus pecados. ¿Una designio, un signo? ¿Es que acaso no es posible distenderse y obviar las sanas deliberaciones de la razón para volver a creer en una señal?
Si algo mantiene mi fe en los discursos, en estos días plagados de oradores de corrillo, es descubrir respuestas donde menos pensaba, y así pasó un día en que Hugo Chávez, presidente de Venezuela, se atrevió a afirmar en un foro mundial que si apostamos a planes de desarrollo para el futuro, primero debemos aclarar a qué modelo de desarrollo nos referimos y si de verdad queremos ese tipo de desarrollo: el que nos propone el G7, previa destrucción del poco espacio natural que le queda a la humanidad para su supervivencia; con reglas insalvables como las de la Organización Mundial del Comercio, que es incapaz de invertir en medicamentos que no sean rentables, no ya que salven vidas, o que se niega a abaratar sus costos en socorro de los pueblos más pobres que como en África, ven a sus ciudadanos caer como moscas ante la incidencia del Sida; o como el amado modelo americano (de Estados Unidos) que históricamente ha sabido rentabilizar su economía inventando guerras y masacrando a mansalva a niños inocentes; o a través del ALCA (Tratado de Libre Comercio de las Américas), que pone a David y a Goliat a jugar baloncesto.
Está bien, lo confieso, soy un sentimental: leo a Galeano, me inspira Chomski, le doy la razón a Mafalda, se me eriza la piel con los versos republicanos de Antonio Machado y se me salen las lágrimas cuando escucho a Pedro Guerra o a Serrat; en Madrid fui capaz junto a Elia de levantar una pancarta en contra de Aznar por apoyar la guerra contra Irak, me enorgullece escribir para medios alternativos como Lazos Rotos y no para El País, y aún estoy dispuesto a creer en quienes hacen de su vida una revuelta insobornable.
Eso sí, que nadie se mueva, esto es un discurso hueco y trasnochado que seguramente huele a naftalina hippie o algo por el estilo, es políticamente incorrecto y atropella a los bienpensantes que en estos momentos se deben estar riendo de mis sueños imposibles, de mis querellas quijotescas. Pero insisto: ¿y si en verdad no era Elia?
Artículo de opinión de Marlon Zambrano Colaborador habitual de Lazos Rotos y Prensa Alternativa (Icod de los Vinos)
Artículos publicados anteriormente del autor:
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